Soñar

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No deberíamos olvidar las expresiones de optimismo que provocó la invención de la cocina eléctrica. Aparte de que los encargados de preparar los alimentos en hogares y restaurantes lo harían en adelante con más facilidad y limpieza, los heraldos de la técnica anunciaron que el nuevo artefacto reduciría sustancialmente el ritmo de deterioro de los bosques del planeta a manos de los recolectores de leña que la quemaban totalmente o la transformaban en el cómodo carbón vegetal. Podemos suponer que ya para entonces afloraban las preocupaciones por el impacto negativo de los posibles cambios ambientales producidos por la actividad humana y, sin duda alguna, aquella fresca invención venía a ser un mensaje de esperanza: en buena medida, la cocina eléctrica liberaba a la naturaleza de uno de sus flagelos.

Nadie advirtió que las ventajas del útil artefacto no llegarían a los haitianos, quienes continuaron quemando hasta las raíces de los pocos árboles que les quedaban, ni a los sorbios que no cesaron, en la Lusacia alemana, de elaborar el carbón que vendían a los habitantes de la ciudad de Dresde. Tampoco las disfrutarían los campesinos de Sudáfrica, ni la mayoría de los habitantes de la India o de Bolivia, de modo que la euforia no pasó de ser lo que en España llaman “un alegrón de burro”.

Por supuesto, la anterior historia es inventada y difícilmente podría servir de alegoría para ilustrar algún trivial hecho contemporáneo; sin embargo, debe traer a la mente la facilidad con que, en nuestro medio, a todo adelanto científico-tecnológico se le atribuyen virtudes cuasi milagrosas que el sentido común niega. Alguna vez se mofaron de nosotros porque no aplaudimos la idea de un profesional costarricense que prometía vivir tanto como Matusalén haciéndose congelar antes de llegar a la ancianidad y quedando a la espera de ser entibiado cuando, en el futuro, la ciencia haya descubierto un procedimiento seguro para interrumpir los procesos de envejecimiento.

El anterior es, desde luego, un caso extremo, pero constantemente nos encontramos con muestras de que en este ámbito es fácil sustituir el buen juicio con la fe del carbonero. Valga un ejemplo: la ligereza con que se confía en que los prometedores avances en el uso de fuentes energéticas limpias permitirán eliminar, a mediano plazo, el desmesurado consumo de combustibles fósiles. Congelar, mientras eso no se logre, a unas dos terceras partes de la humanidad, está fuera de toda posibilidad.