Schopenhauer tenía razón

El desarrollo alcanzado por Europa parece desmentir a Arthur Schopenhauer, pero otras amenazas apuntan a que no hay motivo para esperar sensatez

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“Un pesimista es un optimista en plena posesión de los hechos”, dice el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, vehemente crítico de la sociedad a inicios del siglo XIX. Pasados doscientos años, el desarrollo alcanzado en buena parte del mundo, particularmente en la Europa natal del pensador, parece desmentirlo.

Los avances son notables, pero no haríamos justicia a Schopenhauer si limitáramos el alcance de la frase a los dos siglos siguientes. Cuando la pronunció, no había forma de imaginar una amenaza existencial para la humanidad fuera de los textos religiosos y sus anuncios del juicio final. Hoy debemos admitirla como posible. Hace décadas empezamos a desarrollar la capacidad de destruir el planeta varias veces en un santiamén. A lo largo de la Guerra Fría nos vimos obligados a reconocer el peligro de la hecatombe nuclear. Los optimistas con dominio de los hechos no podían ignorarlo.

El riesgo ha aumentado con el acceso de muchos otros países a la tecnología necesaria, pero no hablamos de eso tanto como antes. Poco podemos hacer salvo rezar por que Kim Jong-un siga temiendo al poder de la represalia, los ayatolas fracasen en el intento de crear su bomba y las amenazas de Putin queden en fanfarronada.

Pero la guerra nuclear ya no es la única amenaza a la existencia en el planeta. La ciencia develó el peligro del calentamiento global y luego de la resistencia inicial de incrédulos e interesados, cabe poca duda de su existencia y sus causas. Todavía hay reductos de la negación, pero la naturaleza no ceja en demostrarles su error.

El conocimiento de los hechos, en este caso, es capaz de transformar el optimismo más audaz. El valor disuasorio de las predicciones y de las manifestaciones concretas del cambio climático es mucho menor que la segura represalia a un ataque nuclear. Por el contrario, hay perversos incentivos económicos y geopolíticos para mantener el curso hacia la destrucción.

El gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, expresó el pensamiento de la mayoría de sus copartidarios cuando preguntó por qué deben los Estados Unidos costear la adopción de energía limpia mientras los chinos insisten en instalar plantas operadas con carbón. Por su parte, el tercer mundo pregunta a los países desarrollados si hay justicia en exigirles, ahora, una renuncia a las fuentes de energía utilizadas por ellos para lograr la prosperidad. Las respuestas son obvias, pero, si se está en plena posesión de los hechos, no hay motivo para esperar sensatez.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.