Referendo

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La consulta popular convocada para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea llama a reflexionar sobre la conveniencia de trasladar graves decisiones de política pública a las urnas en lugar de examinarlas, con mayor reposo, en los foros parlamentarios.

Si del parlamento dependiera, no habría brexit. David Cameron se comprometió a convocar el referendo para aplacar a una facción de su partido y, luego, se dedicó a promover la permanencia en la Unión Europea, confiado en el triunfo.

La decisión la tomaron los votantes y cuestionarla parece una herejía, pero hay razones para meditar. Los impulsores de la “independencia” parecían tan confiados en su derrota como Cameron en su victoria. No tenían plan para el día siguiente y no se molestaron en prepararlo. Hacerlo los habría enfrentado con las realidades surgidas apenas se supo el resultado.

Ante esas realidades, los apóstoles del brexit comenzaron a batirse en retirada, como lo hizo Boris Johnson, el pintoresco exalcalde de Londres quien, para más inri, admitió haber cometido “un error” cuando adoptó como postulado de campaña la idea de invertir en el sistema de salud los 350 millones de libras supuestamente entregados a la Unión Europea cada semana. Esos caudales no existen o son menores, pero el autobús utilizado por Johnson para viajar en busca de votos tenía el lema pintado a lo largo y ancho.

Si el fiasco ejecutado por los líderes del brexit es grande, los equívocos de los votantes no son menores. Indagaciones posteriores demostraron que el referendo no era tanto sobre la salida de la Unión Europea sino sobre la inmigración y la xenofobia, no contra los musulmanes y africanos, sino contra los polacos y otros europeos del este habilitados para moverse libremente por el territorio comunitario. Ahora, los dirigentes del brexit admiten que no les será fácil satisfacer el llamado a cerrar las fronteras.

Pero las aspiraciones innobles y la imposibilidad de satisfacerlas quizá no sean la principal tragedia. El 75% de los menores de 24 años votó por permanecer en la unión y el 56% de los votantes de entre 25 y 49 hizo lo mismo. Los viejos decidieron un futuro que no les tocará vivir, pero lo hicieron con complicidad de los jóvenes, cuya inmensa mayoría se abstuvo de votar.

El resultado se definió por menos de cuatro puntos, con un 27,8% de abstencionismo. En suma, una minoría de ciudadanos, por lo general mayores y alentados por sus prejuicios, tomaron la decisión más trascendental imaginable para la vida de las nuevas generaciones. Es una verdad tan grande como las incuestionables credenciales democráticas del referendo.