Quién quita

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Cuando usted lea esto es posible que ya se conozcan los resultados de la jornada electoral de Francia. Tres de los cuatro más fuertes candidatos han sido calificados como “populistas” y, de seguro, Marine Le Pen, del Frente Nacional, pasará a la segunda ronda. No osamos vaticinar quién será el otro populista que se enfrentará a ella, pues la sorprendente subida final de Jean Luc Mélenchon en las encuestas crea bastante incertidumbre.

A Mélenchon, candidato de la formación Francia Insumisa, socialdemócrata de la escuela de François Mitterrand y hasta hace pocos años miembro del Partido Socialista, los expertos lo han considerado un figurante de relleno cuya única virtud reconocible es la de haber señalado ocasionalmente, en el Parlamento Europeo y en algunos libros y artículos, ciertas amargas verdades sobre el déficit democrático de la Unión Europea.

Ahora bien, ocurrió que, tan pronto como las encuestas demostraron que su mensaje calaba hondo en amplios sectores del pueblo francés, se desató desde la derecha, tanto “seria” como “populista”, una epidemia de “memorandos del miedo” que, carentes de toda originalidad, lo acusan de ser –¡sorpresa!– un populista: resobado argumento de quienes no saben explicar qué se entiende por populismo.

Desde que en el 2012 Melenchón fue candidato menor en las elecciones presidenciales, hemos venido poniéndole atención y nos ha convenciendo de que, si la huérfana socialdemocracia francesa busca un respetable sucesor de Mitterrand, en él lo tiene. Esto no significa que abriguemos esperanzas de que este candidato de nuestras simpatías pase a la segunda ronda; sin embargo, no podemos negar que, si lo lograra, nos produciría una enorme satisfacción.

Pese a creer que su súbita “remontada” electoral puede haber sido tardía, tenemos que confesar que sus coherentes discursos de campaña nos hicieron envidiar a los electores franceses por la calidad de tribuno que les correspondió apoyar o adversar. Lo llamamos tribuno porque nos hace pensar en los grandes oradores romanos que no recitaban frases regurgitadas por sus escribas. Ha vuelto a nuestra mesa un libro suyo, aún no publicado en español: Le hareng de Bismarck –le poison allemand–, una joya del género admonitorio comparable a Advertencia a Europa, la obra de Thomas Mann.