Presos sin saberlo

Entré en contacto con un ejemplo exquisito del encierro imperceptible gracias a la queja recibida por una compañera de trabajo

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Las redes sociales nos encierran, sin darnos cuenta, en burbujas de donde no logramos salir. El escape es impensable si ni siquiera estamos al tanto del confinamiento. Cobré conciencia del fenómeno con las reflexiones de colegas ingleses después del referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea.

La victoria del separatismo fue una sorpresa mayúscula para muchos de sus opositores porque, en sus redes sociales, la victoria del no parecía garantizada. El golpe los despertó a la realidad de un cautiverio construido mediante algoritmos diseñados para aprender sus preferencias y ofrecerles la gratificación de likes, shares, recomendación de amigos y otras interacciones orientadas a la coincidencia, no el contraste de ideas y opiniones.

Paso a paso, el algoritmo construye una comunidad de personas cuyas convicciones y valores coinciden con los del usuario. Visto el acuerdo prácticamente universal, es fácil creerse parte de una mayoría como la que habría mantenido al Reino Unido en la Unión Europea.

Pero la mayoría antibrexit no existía fuera de las burbujas creadas por las redes sociales de los votantes del no. Muchos se dieron cuenta el día después del referendo. Más de la mitad de sus conciudadanos estaban en desacuerdo, pero no había tenido forma de comunicarlo a la otra mitad. Estaban encerrados en la burbuja del sí y tenían las mismas razones para creerse parte de la mayoría. En su caso, era cierto, pero el algoritmo pudo haberlos engañado con la misma facilidad.

El resultado de la votación estaba destinado a reventar la burbuja de uno de los bandos, pero no siempre hay una revelación tan tajante del cautiverio. Entré en contacto con un ejemplo exquisito del encierro imperceptible gracias a la queja recibida por una compañera de trabajo. La Nación, decía el reclamo, pone un énfasis excesivo en la información de entretenimiento publicada en las redes sociales.

No es así. El periódico ofrece una variedad de informaciones sobre temas diversos, y si algo destaca son noticias de política, economía y servicios. El exceso de farándula no era imputable al diario, sino al quejoso, cuya búsqueda de ese tipo de notas comunicó al algoritmo una preferencia sobre la cual insistirá mientras el comportamiento del usuario no lo convenza de otra cosa. El caso tiene su gracia, mientras no nos sentemos a reflexionar sobre las consecuencias políticas y sociales de habitar realidades tan distantes por designio de un artificio de la tecnología.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.