Polígono: Vaticinios con el Premio Nobel

Por una vez, un escritor ganador del Nobel de Literatura no ocultaba una aguja envenenada.

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Hasta hace algún tiempo, a principios de enero, en vez de las promesas de año nuevo hacía mi lista personal –nunca divulgada– de candidatos al Premio Nobel de Literatura. Los resultados del vaticinio fueron erráticos: estuvieron, entre los candidatos que “me propuse” y murieron sin recibir el galardón, Calvino, Müllisch y el sempiterno Borges, y entre los que sí lo alcanzaron, aunque no en el año en que los “postulé”, García Márquez, Saramago y Coetzee; pero con Imre Kertész acerté en toda la línea: lo hice mi candidato in pectore varios meses antes de que los académicos suecos me dieran la razón.

Fue a principios del 2002. Conforme se acercaba la fecha del anuncio, más razones –literarias y de las otras– encontraba para “apostar” por un autor que, me parecía, era poco conocido entre nosotros. Recibí la noticia una tarde, en el local de la librería universitaria, donde un amigo escritor me saludó, un poco amargado, diciéndome: “¿Viste?, le dieron el Nobel de Literatura a un húngaro de nombre raro”. Sin decirle que todos los nombres húngaros son raros, eché para mi coleto un ¡hurra! y pensé: “Por fin los suecos y yo estamos de acuerdo hasta cronológicamente”.

Todo quedaría reducido a esa trivial anécdota, si no fuera porque hace unas semanas me encontré leyendo, casi por accidente, el texto de una carta que Kertész le escribió, en julio de 1993 –nueve años antes del premio–, a una amiga residente en Alemania. Opinaba en ella, a propósito de una supuesta candidatura suya al Nobel: “En cuanto a la candidatura (...) es directamente ridículo. El comité del Premio Nobel no va a preguntarle a Tornai cuando por alguna razón, no literaria desde luego, decida que un escritor húngaro ha de recibir el premio este año o en el plazo más o menos abarcable de una década”. (Tornai, oscuro presidente de la Asociación Húngara de Escritores, al parecer había especulado al respecto). Y el displicente Kertész concluyó señalando que, si un escritor de su país merecía el Nobel, este debería ser su amigo Péter Nádas, el destacado novelista.

Aquel rasgo de humildad del futuro galardonado llama la atención tanto como su casi exacta estimación del plazo requerido para que un escritor húngaro llegara a recibir el Nobel. He ahí, por una vez, un escritor que no ocultaba una aguja envenenada.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.