Polígono: Un mal sueño

Quién ha visto la abolición del ejército y vivió en un país donde se instaló una dictadura tiene razones para detestar los uniformes, las marchas y los desplantes de matones disfrazados de guerreros.

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Bendita sea la brevedad. Nace usted en Alajuela, poco después de cumplidos los nueve se entera de la abolición del ejército, al año siguiente sabe del estreno de una nueva constitución, apenas celebrados los once aterriza en otro país donde, antes de los trece, ve cómo se instala una dictadura y, a los catorce, participa, digamos que involuntariamente, en una parada militar, pues la institución en la que estudia se rige, al farafafá de las cornetas, por una disciplina castrense y eso hace que ustedes, los muchachos de una escuela politécnica, embutidos en sus trajes de gala y protegidos del sol por quepis nuevos, marchen con más bizarría que los soldados, marinos y pilotos que también desfilan por los paseos de La Habana, ya algo obesos en promedio y listos para mostrarse, pocos años después, incapaces de derrotar a unos guerrilleros flacos y barbudos.

Después de semejante experiencia, usted tendría que estar loco para no detestar los uniformes, las marchas, los desplantes de matones disfrazados de guerreros y, sobre todo, las fantochadas de los que nunca olerán la pólvora ni conocerán el barro, pero se exhiben como piezas de juguetería, incluso en su país natal —el de Alajuela— en el que, supuestamente, ya no existen grados militares.

Como usted conserva la cordura, se lleva tremendo susto el día en que, saliendo del edificio de un colegio en el que participó en una actividad cultural, se encuentra a boca de jarro con un uniformado, y usted, que ha visto uniformes con más charreteras que hombros, no tiene que pedir permiso para pensar que el payaso va más entorchado y galoneado que un teniente general de opereta.

Curioso, como buen alajuelense, usted pretenderá averiguar de qué banana republic o de cuál voivodato balcánico salió aquella bisutería ambulante, pero se ahorra el esfuerzo con solo observar, en el quepis de utilería, el escudo de Costa Rica. “¿Se puede saber el nombre de la zarzuela que él va a representar?”, le pregunta usted a un conserje del colegio y este le explica: “No es disfraz, señor, viene enviado por el Ministerio de Seguridad Pública a darles una charla a los alumnos”.

Usted se tranquiliza, pero ¿qué tal si un día descubre que un reconocido botones de hotel de tres estrellas aparece con mucha frecuencia en las pantallas y en la primera página?

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.