Polígono: Soberanía

Con respecto a las ideas y praxis políticas actuales, Gentile hace lo mismo que un zoólogo con los reptiles: estudia y describe todas las especies que conoce, pero no manifiesta inclinación por una de ellas.

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Imagine que va en su automóvil, con un amigo de quien desconoce su afición a la mecánica, y de pronto este le comenta: “Oíme, de veras tu carro se la juega, pero por los ruidos que escucho no creo que pase Riteve”.

Algo similar nos ocurrió con la lectura de un opúsculo de Emilio Gentile titulado In democrazia il popola é sempre sovrano (Falso!). (Porque nos parece defectuoso, omitimos el título que el editor le dio a la traducción al castellano).

Hasta donde entendemos, Gentile, reputado historiador del fascismo y sagaz crítico de los movimientos políticos de tendencias totalitarias, es bien aceptado en nuestros círculos académicos. Aun cuando es difícil adornar un nombre con ese adjetivo, en su caso no cabe duda: es demócrata, quizá porque, al no ser un “hombre de partido”, no adolece del lastre de cinismo propio de quienes, en aras de su ambición de poder, se sacrifican integrándose a uno de tantos. Con respecto a las ideas y praxis políticas actuales, Gentile hace lo mismo que un zoólogo con respecto a los reptiles: estudia y describe todas las especies que conoce, pero no manifiesta inclinación por una de ellas.

En todo caso, lo importante es que siendo, repetimos, un demócrata, intenta abrirnos los ojos con su cuasi certeza de que en ninguno de los sistemas que la historia y la propaganda nos presentan como democracias, el pueblo ha sido realmente el titular de la soberanía. Así, en Occidente, desde Atenas y Roma hasta nuestros días, pasando por los resultados de las revoluciones americana, francesa e hispanoamericanas, los llamados padres de las democracias no acertaron a garantizar que la soberanía arrancada a los “soberanos por derecho divino” encarnaría en el pueblo, en el demos. Con el demos desprovisto de soberanía –el demos ausente, lo llama Gentile–, lo que se da no es una democracia efectiva, ni participativa, sino una “democracia recitativa”, en la que, incluso, se llega a considerar deseables los gobiernos dispuestos a mantener al pueblo real alejado del poder.

De modo que, aun cuando ciertamente es un bocado bastante duro, que nadie está obligado a tragarse, conviene que, con la mirada puesta en la actualidad, todos le demos una saboreada a la sugerencia de Gentile: al igual que los autos, la democracia tiene que ser overjoleada con frecuencia.

duranayanegui@gmail.com