Polígono: Repasando

Los aficionados a las competencias olímpicas saben que Milciades fue el vencedor en la batalla de Maratón, pero suelen ignorar que Hipias no alcanzaría siquiera el rango de lacayo en la corte de Darío.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Corría 1954. Mi profesor de Química Orgánica, un republicano catalán exiliado en Cuba, quiso expresar su indignación a propósito de una mercenaria intervención extranjera en un país centroamericano. “Lo siento, jóvenes, la historia de estos pueblos es la de la lucha entre los Milciades y los Hipias”, dijo y comenzó su clase. En aquella escuela técnica no recibíamos cursos de Historia Universal, así que tuvimos que ir a la biblioteca para saber que se refería a algo ocurrido en el año 490 antes de Cristo, en la península griega de Ática.

Había una guerra y se avecinaba una batalla. Se enfrentarían, por un lado, la armada de Darío rey de Persia, enviada a castigar a Atenas y a otras ciudades de la península por oponerse a los designios del imperio más poderoso del momento; en el otro lado, estaría el modesto ejército de Atenas, comandado por Milcíades, una fuerza muy inferior a la de Persia en número de combatientes y en equipamiento. Entre los consejeros de los persas figuraba Hipias, un político ateniense venido a menos, quien contaba con partidarios en Atenas y participaba en la invasión contra su patria confiado en que premiarían su traición poniéndolo a cargo del gobierno de la ciudad con el título de sátrapa. Para él, la muerte de miles de sus conciudadanos a manos de los persas era el precio justo que debería pagarse por su ascenso al poder, y por recomendación estratégica suya el desembarco persa se produjo en la playa de Maratón, no muy lejos de Atenas. De haber existido la televisión en su época, los analistas políticos y militares habrían explicado, en doctas mesas redondas, que aquello le deba al invasor asiático una ventaja topológica tan decisiva que los persas se apoderarían de la ciudad de Atenas en pocos días e Hipias sería proclamado sátrapa.

Pero la suerte es voluble. Los partidarios del traidor Hipias habían permanecido agazapados dentro de la ciudad de Atenas junto a los viejos, las mujeres y los niños, y por esa razón no pudieron ver cómo sus valerosos conciudadanos derrotaban estrepitosamente la fuerza expedicionaria del Imperio. Hoy, todos los aficionados a las competencias olímpicas saben que Milciades fue el vencedor en la batalla de Maratón, pero suelen ignorar que Hipias no alcanzaría siquiera el rango de lacayo en la corte de Darío.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.