Polígono: Mojada

La noticia de que Facebook podría desaparecer debería preocupar menos que la prohibición de los helados de mora con pistachos.

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Las redes sociales, que para muchos son una imitación fácil de la telepatía, nos recuerdan cierto relato de ciencia ficción en el que el personaje descubre, de pronto, su capacidad para leer el pensamiento y decide ponerla a prueba en un lugar muy concurrido. Al percibir la malevolencia y la mezquindad que dominan las mentes de la multitud a cuyos pensamientos tiene acceso, enloquece y se suicida. O sea, que saber en cada momento lo que piensan las otras personas puede convertirse en un infierno y no consuela la idea de que lo que uno piensa es leña en el fuego de los infiernos ajenos.

Tras las especulaciones sobre el posible colapso de Facebook, se iniciaron dos campañas, una de recolección de firmas para pedirle cuentas a Mark Zuckerberg y, otra, de invitación a las ovejas de esa red a abandonarla. En realidad, la noticia de que Facebook podría desaparecer debería preocupar menos que la prohibición de los helados de mora con pistachos, pero asombra la oceánica ingenuidad de quienes ahora lamentan que esa red se haya prestado a violaciones de la privacidad de sus usuarios. ¿En qué mundo de ángeles creían que vivimos? Hace varios años, el bielorruso Evgeny Morozov nos demostraba, en su libro El desencanto de Internet Los mitos de la libertad en la red, que nos tomábamos el pelo nosotros mismos al creer que la red no podía ser manipulada por los gobiernos o por otros centros de poder. A partir de entonces, quedamos convencidos de que entrar en una red social como Facebook es como lanzarse en una piscina pública sabiendo que en el batacazo nos quedaremos sin pantaloneta.

Las cerezas de este pastel vienen a ser dos datos recientes: por un lado, el “Department of Homeland Security” de Estados Unidos dará seguimiento a todos los individuos del planeta —ha comenzado con 290.000— que considera influencers desde Internet, entre ellos directores de medios, periodistas, columnistas y blogueros; y por el otro, al parecer ya se cuenta con la posibilidad de obtener, por vías poco fatigantes, un registro actualizado de periodistas, escritores, blogueros y políticos que recurren, en sus actividades de información, a la colaboración de embajadas y agencias de seguridad de gobiernos extranjeros. Como que ahora muchos serán los mojados en medio de una escasez de pantalonetas.

duranayanegui@gmail.com