Polígono: Leed los grafitos

La historia contada en el libro bíblico de Daniel tiene su correspondencia en tiempos modernos

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Entre los deslices históricos del libro bíblico de Daniel está el de citar a Belsasar como hijo de Nabucodonosor II, cuando en realidad estos ni siquiera fueron parientes. Además, se menciona a Belsasar como rey y solo era príncipe regente de su padre Nabonides, último rey de Babilonia antes de que Ciro de Persia la conquistara. Pero esas nimiedades se pueden dejar pasar por alto.

Como se sabe, en una pachanga palaciega, Belsasar cometió profanación al servir y beber vino en las copas de oro y plata que Nabucodonosor II había robado del templo de Jerusalén, y por ello —aquí comienza mi juicio modus siglo XXI— Dios le hizo una advertencia escribiendo en una pared del palacio un grafito en arameo.

Tan borracho como atemorizado, el regente ordenó a sus asesores que le tradujeran el grafito, pero aquellos inútiles eran solo buenos para chismorrear en la corte y para perfeccionar la alquimia que facilitaba el envenenamiento de gobernadores y ministros incómodos.

La esposa de Belsasar, quien al parecer tenía buenos contactos con la prensa y la academia, le recordó a su marido que entre los cautivos judíos se encontraba Daniel, un avezado politólogo que «se las sabía todas», pero no frecuentaba grupos de mala reputación como el de la corte.

Los lectores ya habrán adivinado que el festín de Belsasar se parecía mucho a las últimas horas de Hitler. Daniel fue convocado de emergencia al palacio, y es de sospechar que simuló la traducción del misterioso grafito porque, a diferencia de los cortesanos que engañaban al regente haciéndole creer que su Reich duraría mil años, él no se nutría de fake news, sino que tenía conocimiento de los catastróficos partes de guerra que el irresponsable de Belsasar trataba de no compartir.

Daniel intuía que en el terreno militar Babilonia estaba a punto de sucumbir ante los persas.

«Dios os midió, os pesó y os va a partir en dos», dijo Daniel al príncipe regente, y este pretendió premiarlo con un alto puesto que el sabio judío no aceptaría. Antes de que transcurrieran 24 horas, el regente había sido asesinado y el imperio babilónico dejaba de existir.

Moraleja: reyes y regentes deben rodearse solo de consejeros que sepan leer, con la debida anticipación, los grafitos escritos en las paredes. ¿Me entendés, Juan… mejor dicho, Pedro?

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.