Polígono: La mentira útil

Mientras las bombas achicharraban a los no combatientes, quedaban intactas las instalaciones ferroviarias por las que seguían circulando los convoyes rumbo a los campos de exterminio.

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Por entonces, se comenzaban a divulgar las inexactitudes que justificarían la invasión de Irak. Hoy, nadie las creería, pero en aquel momento la fuerza de unos y la sumisión de otros impedían que fueran consideradas fake news. Por razones puramente fortuitas, nos tocó escuchar a una personalidad política local que, amparada en su doctorado en una de las ciencias sociales, declamaba casi sin pestañear las falsedades esgrimidas por los futuros agresores, por lo demás ampliamente respaldadas por el grueso de la prensa occidental. La cortesía —el escenario era privado— nos impidió expresar nuestra preocupación por la destrucción que se avecinaba o mencionar una de nuestras viejas lecturas que, si bien no se refería a Irak, habría resultado relevante en aquella ocasión.

El escritor estadounidense Kurt Vonneguth, capturado por los alemanes tras el desembarco de Normandía —lo que le permitiría dar testimonio de la barbarie practicada por la aviación aliada al bombardear ciudades y monumentos alemanes carentes de importancia militar—, contaba que al regresar a su patria después de la contienda, él y un compañero de cautiverio se despidieron, ya en puerto seguro, preguntándose cuál fue la enseñanza más importante que les había dejado la guerra. La respuesta fue que nunca más deberían creerle a su gobierno.

Con razón: aquel gobierno que los había reclutado, y enviado a combatir en Europa, se había declarado dispuesto a no destruir innecesariamente —desde el punto de vista militar, se entiende— ciudades, edificios históricos o monumentos, ni usar la aviación para atacar a las poblaciones inermes. Pero los ahora liberados habían sobrevivido al salvaje bombardeo de Dresde, ciudad donde se concentraban miles de prisioneros aliados y desplazados de guerra alemanes, y sabían que, mientras las bombas incendiarias lanzadas por los aviones achicharraban a más de cien mil no combatientes, quedaban intactas las instalaciones ferroviarias por las que seguían circulando los convoyes rumbo a los campos de exterminio.

Recordar esto después de que, en días recientes, el gobierno de un país civilizado intentó chantajear a otro con la amenaza de destruir sus tesoros culturales, nos lleva a preguntarnos si no es que la idea misma de civilización ya se convirtió en una vulgar mentira útil.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.