Polígono: La carta rusa

Si lo importante era demostrar que los electores estadounidenses son cuerdos, habría bastado con señalar que la gran mayoría de ellos no votaron por Trump.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Hace algunos meses, alguien se preguntaba en las redes sociales si la fijación del Partido Demócrata y la prensa de Estados Unidos con una supuesta intervención rusa en la campaña electoral que llevó a Trump a la Casa Blanca no era sino un intento por convencer al mundo de que, solo embaucados desde el extranjero, los estadounidenses podrían ser tan torpes como para elegir un presidente tan inadecuado. El autor de la pregunta señalaba que “la carta rusa” era un cargo fácil de “vender” dentro del intento de acortarle el mandato a Trump o, en el peor de los casos, impedir su reelección, pero argüía que podía resultar un arma de doble filo.

Si bien para cualquier observador medianamente inteligente lo deseable era el juicio de residencia para detener a Trump, hasta los no muy listos veían en la carta rusa un argumento algo endeble, poco creíble. No era fácil imaginar que un sistema electoral tan complejo pudiese ser “manoseado” desde el extranjero y, mucho menos, que opiniones emitidas desde el exterior pudiesen confundir a los ingenuos electores de la sólida hollywoodocracia orquestada por los partidos políticos con la ayuda de la prensa. Si lo importante era demostrar que los electores estadounidenses son cuerdos, habría bastado con señalar que la gran mayoría de ellos no votaron por Trump.

El meollo del asunto está en que Donald Trump “ganó” porque el sistema electoral de Estados Unidos tiene grandes imperfecciones. El que gracias a la ruleta rusa del colegio electoral un candidato resultara ganador pese a haber recibido millones de votos menos que su adversaria, provoca carcajadas suficientes para llenar los Grandes Lagos, y ahora los dirigentes del Partido Demócrata tendrán que confesarse que debieron haber pugnado desde hace mucho por el rediseño de un dinosaurio electoral que los tiene bien atrapados.

El informe final del fiscal especial, Robert Mueller, redujo a cenizas la carta rusa, y junto con ella se desvanecieron también las posibilidades de acortar el período presidencial de Trump. En esas circunstancias, lo mejor que pueden hacer los periodistas, los influencers de la televisión y los dirigentes del Partido Demócrata es ponerse a hacer la tarea en serio si es que no desean lamentar, después de las elecciones del 2022, una interferencia urdida en Andorra.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.