Polígono: Camelicidio

Mi condición de ‘dromodante’ retirado contribuyó a mi indignación al saber que en Australia, por razones ecológicas, a los descendientes de los dromedarios los están matando hoy a tiros.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Década de los cincuenta. Llevábamos vida de cuartel en una escuela politécnica al oeste de la provincia de La Habana. Los becados pasaban los fines de semana con sus familias, pero un significativo número —cubanos de provincias alejadas y nosotros los extranjeros— no podíamos descansar tan fácilmente de la disciplina militar. Así las cosas, integramos una pequeña barra e ideamos una manera económica de vagabundear como asnos perdidos: algunos sábados salíamos de paseo a pie, llevando lo indispensable para mantener la barriga llena y el corazón contento, visitábamos pueblos y haciendas, y pasábamos una noche en descampado para estar de vuelta el domingo, justo antes de la cena. Según los exagerados, la más larga de aquellas caminatas fue de más de 50 kilómetros. Lo dudo, pero lo importante es que hacíamos un turismo poco contaminante y, lamentable para ellos, nada lucrativo para los propietarios de fondas y posadas.

Un compañero que no era parte de la barra tuvo la ocurrencia de bautizarnos “el club de los dromodantes”, algo un poco arriesgado, pues al enterarnos de ello nos propusimos cobrar la ofensa con una broma pesada; pero, cuando lo llamamos a cuentas, nos desarmó antes de la batalla justificándose: “Oyeee, chicooo, qué incultos son ustedes, no saben que en griego dromodante quiere decir andariego”. Pospusimos la ejecución de la pena con el fin de comprobar si lo dicho por el pedante amigo era cierto, pescamos en la biblioteca un diccionario griego-español y, con bastante dificultad, dedujimos que dromos puede significar, en griego, tanto camino como corredor. Cerramos el litigio y, por el resto de nuestra condena escolar, más bien nos gustaba hacer ostentación del título.

Muchos años después caí en la cuenta de que, justamente por su raíz griega, la palabra dromedario significa animal de caminos y entendí que el fregado cubano no había sido tan gentil como creía. Pese a ello, mi condición de dromodante retirado contribuyó a mi indignación al saber que, por razones ecológicas, a los descendientes de los dromedarios que los europeos llevaron a Australia en el siglo XIX, para explotarlos como animales de carga, los están matando hoy a tiros. Solo me queda esperar que Bolsonaro no se entere de esa barbaridad porque podría tratar de repetirla en Brasil, imaginemos cómo.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.