Plagiovirus

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Al saberse que Enrique Peña, presidente de México, cometió plagio en la redacción de su tesis de licenciatura, surgieron comentarios sobre casos similares que involucran a otros dirigentes políticos. Ya llegará el momento de poder determinar si, en el conjunto de los políticos latinoamericanos, Peña no pasa de ser un venial pecador, y si un estudio de la homogeneidad estilística de lo que publica cada político de nuestra región nos deparará un saco de risas.

Pero nosotros apostaríamos a que, de investigarse las tesis de grado de cien profesionales aficionados a la caza de pokemones escogidos al azar, se terminará descubriendo que, en ese grupo, el porcentaje de plagiadores es el mismo que se da entre los políticos. El fenómeno es antiguo y da para preguntarnos si el número de ideas disponibles en el universo alcanza para sostener la originalidad de los millones de tesis de grado que se escriben en las academias del planeta. De ser así, habría que usar mazos y cinceles para penetrar la solidez intelectual de todos los recintos universitarios.

Lo que ocurre es que ahora, con los recursos de búsqueda disponibles en las redes informáticas, la tarea de pescar se ha vuelto tan simple que las sardinas se pueden sacar tomándolas por los pelos y cada día se verán en peores líos, no solo los plagiadores sino también los profesores y directores de tesis vagabundos o complacientes.

Por otra parte, si lo que llamaríamos Plagiovirus academicus ataca más a los políticos exitosos que a los atletas olímpicos portadores de un doctorado, el asunto sería explicable: quien logra hacerse de un título y un grado gracias a un plagio, tendrá sobradas razones para pensar que puede continuar impunemente por caminos de ese tipo y, claro está, el de la política es uno de aquellos en los que se pueden ejecutar estafas, intelectuales y de las otras, dentro de un clima de tolerancia.

El siciliano Leonardo Sciascia dejó bien claro, en uno de sus textos, que en el territorio de la bota que patea a Sicilia en el mapa del Mediterráneo, son comunes tanto el plagio en las tesis de graduación como la redacción de esos documentos por parte de empresas comerciales, probablemente ilegales, pero –como todo lo ilegal en Italia– también florecientes. ¿Quién dejó de enterarse de que, ya en 1990, en Costa Rica aparecían anuncios que ofrecían la confección, en dos o tres meses, de tesis de grado, trabajos finales de graduación y –“pochos” tenían que ser– term papers en cualquier área académica?