Pasado, mal recordado

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La Costa Rica de hoy es una obra incompleta. Saltan a la vista sus carencias y apenas es necesario enumerarlas, porque están alojadas en la conciencia. Una quinta parte de la población vive en la pobreza. El Estado no llena las expectativas ciudadanas, en algunos casos exageradas, y la desigualdad social ha aumentado.

Las necesidades de hoy siempre son las más urgentes. Las del futuro no inquietan tanto como deberían y las del pasado son, para todos los efectos, inexistentes. Pero existieron, y es preciso recordarlas.

No hace mucho, el país se volcó sobre el mercado interno, apenas ampliado al ámbito centroamericano. Quiso desarrollar industria y agricultura al amparo del proteccionismo arancelario. Solo consiguió estancarse en el cultivo de un puñado de productos agrícolas. Café, azúcar, banano y carne eran el grueso de las exportaciones. La industria, incapaz de competir allende las fronteras del Istmo, dependía de ese cautivo mercado cercano. El consumidor la mantenía, a un alto precio, a cambio de calidad muy limitada.

Había desigualdad, como ahora, pero la pobreza estaba mucho más extendida. Al final del periodo, antes de emprender el país, en los ochenta, la senda de la reforma, superó el 40%. La clase media hacía fila en los estancos del Consejo Nacional de Producción para comprar, con límite, alimentos básicos. Algunos, hoy de consumo habitual en los mismos hogares, tenían precios inalcanzables. Todo lo importado era un lujo y buena parte de lo propio, apenas aceptable.

La red vial de hoy, con sus terribles fallas, habría sido envidiada. Abundaban los polvorientos caminos de lastre y, en el invierno, muchos eran intransitables. Conseguir un teléfono era una hazaña y, en muchos pueblos, el pulpero, reloj en mano, lo administraba.

Para dar fe de las oportunidades en aquella sociedad “igualitaria”, hay una generación “perdida”, marginada de las aulas. Es cierto, el coeficiente de Gini, en medio de la pobreza, denunciaba una desigualdad menos pronunciada, pero también las necesidades estaban repartidas en desdichada abundancia.

Así era el país hace apenas unos 30 años. Desde entonces, se abrió al comercio internacional, modernizó su banca, ganó terreno a la pobreza, sin duda a un ritmo mucho menor del deseado, y mejoró todos los índices de desarrollo humano, incluidos los sensibles indicadores de la salud y la educación.

Para completar la obra hacen falta empeño, ajustes y años. La pregunta es si las soluciones están más adelante, en el camino hasta ahora transitado, o si es hora de cambiar el rumbo para seguir los cantos de sirena que invitan a recuperar un pasado, mal recordado.