Página quince: Quien no trabaja tampoco come

No hay en el gobierno quien defienda al sector privado de las consecuencias económicas de la pandemia

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En los cursos universitarios de Ingeniería Industrial y de Administración de Negocios, se suele estudiar lo que se conoce como el modelo de inventarios.

Se refiere a situaciones en las que determinadas variables se mueven en sentido contrario y hay que buscar lo que constituya un óptimo.

El nombre se debe a que, por ejemplo, cuanto más altas sean las órdenes de pedidos de bienes finales para la venta, o de productos intermedios para la producción, más bajo suele ser el costo promedio (transporte, descuentos) para la empresa.

Pero cuanto más grandes sean los pedidos, mayores serán los costos para el mantenimiento de los inventarios (almacenaje, seguros, costo de oportunidad del dinero atado a ellos y obsolescencia de los productos).

Un problema de optimización. Los gerentes de producción y mercadeo de las empresas suelen abogar por inventarios altos; sin embargo, a su contrapartida en el departamento financiero le preocupa incurrir en costos de mantenimiento innecesarios.

Por tanto, al gerente general le corresponde reconciliar posiciones y tomar la decisión final sobre el tamaño óptimo de los pedidos, pues es quien conoce que el costo total para la empresa es la suma de unos y otros, y, según prescribe el modelo matemático de inventarios, en algún punto intermedio la curva de costo total adquiere un valor mínimo.

La pandemia de la covid-19 condujo a las autoridades sanitarias a decretar cierres de grandes áreas económicas para coadyuvar a que la transmisión del virus y las pérdidas de vidas humanas sean mínimas. No obstante, conforme se prolonga el cierre y más negocios resultan afectados, aumentan los costos de la inactividad: desempleo, reducción de los ingresos de las familias e incremento de la pobreza, así como reducción de la recaudación fiscal y crecimiento del déficit y del endeudamiento del gobierno.

Huelga decir que, hasta ahora, el peso de la pandemia ha recaído en el sector privado del país; sobre empresarios y trabajadores.

En el sector público, según documenta del Banco Central en el Programa Macroeconómico 2020-2021, el gasto del Gobierno Central en salarios, previsto para este año, es virtualmente el mismo que el del 2019.

En la adopción de las medidas para atender la pandemia, está clara la intervención del ministro de Salud, pero no la de su contraparte, que debiera defender la reducción de los costos macroeconómicos que tienen para la sociedad los cierres indiscriminados. Tampoco se nota la labor del gerente general.

Hay que trabajar. Para algunos, el trabajo es una carga. Cantó el negrito del batey: “El trabajo para mí es un enemigo/ el trabajar yo se lo dejo todo al buey/ porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”.

En esto, lo acompaña la razón, porque el tener que ganarnos el pan cotidiano con el sudor de la frente (la de uno, no la de otros) fue parte del castigo que, según relata el capítulo 3 del libro del Génesis, Dios impuso a nuestros primeros padres y a su descendencia por haber desobedecido su orden de no comer el fruto del árbol prohibido.

Con un interesante razonamiento, la astuta culebra tentó a Eva, quien quizá era su amiga, pues no le temía, como tampoco le temía el cabrito al león ni la zanahoria al conejo en el paraíso terrenal.

Eva comió el fruto prohibido y dio a su marido, quien también comió, con lo cual tuvo lugar el lapsus humani generis que, entre otros, introdujo en este mundo la necesidad de trabajar.

Quizá no debamos ser muy severos con Eva, pues a quien Dios giró la instrucción de no comer del árbol prohibido (“de la ciencia del bien y del mal”) fue a Adán, cuando todavía Eva no había sido formada de su costilla.

Y san Pablo, el apóstol de los apóstoles, se hizo eco de aquel mandato divino, cuando, en su Segunda Carta a los Tesalonicenses, razonó como no lo hemos oído de ningún liberal manchesteriano: “El que no trabaja que tampoco coma” (3:10).

Con el paso del tiempo, la humanidad, con razonable éxito, hizo lo posible por reducir la cantidad de sudor necesaria para producir la comida y otras cosas que hacen la vida agradable.

El jardinero no se la juega ya a puro machete para cortar el césped de la casa de sus clientes; utiliza una eficaz y liviana maquinita cortadora. En las bodegas, la carga no es levantada con las manos, sino con unos carritos; las zanjas se abren con una especie de tractor. Ni las sumas y restas se efectúan en papel y lápiz, y un viaje de París a Versalles es posible llevarlo a cabo en un vehículo más cómodo que el usado en su tiempo por el Rey Sol, Luis XIV.

El número de horas de trabajo diario por persona descendió notablemente en todo el orbe y la producción por trabajador (y su paga) aumentaron.

Piden trabajo. Hoy grupos del sector laboral privado piden al gobierno dejarlos volver a sus trabajos para, siguiendo al pie de la letra las normas de higiene y de distanciamiento, y con la eficaz colaboración de las municipalidades, ganarse el pan de cada día.

Si así fuera, de manera indirecta se contribuirá a la reactivación de la economía y al saneamiento de las finanzas públicas.

El asunto es urgente, urgentísimo, pues si no se avanza rápido en este sentido, la pobreza en Costa Rica se elevará a niveles insostenibles, como insostenible se hará el endeudamiento público, calculo yo, en unos pocos meses.

Semejante situación llevaría a una insurrección. Urge atender el problema y, también, dar contenido práctico al concepto de solidaridad, mediante la adopción de medidas de reducción del gasto público corriente en partidas que no tengan relación con la lucha contra la pandemia.

Por último, y en recuerdo de una sabia enseñanza de nuestros abuelos, cantemos: ¡Vivan siempre el trabajo y la paz!

tvargasm@yahoo.com

El autor es economista.