Página quince: La ciudad poscovid-19

Se prevé que sea más compacta, apropiada para caminar y segura para los ciclistas, con espacio para la naturaleza

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¿Qué significa la más reciente pandemia para un mundo mayoritariamente urbano? ¿Es el fin de las grandes ciudades como algunos vaticinan? ¿Es siquiera esto posible considerando que, como humanidad, añadimos un millón de personas cada semana a las urbes?

Para América Latina, con una de las tasas de urbanización más altas del mundo —más del 80 %—, estas son preguntas importantes. Nuestras ciudades, su rediseño, herramientas, políticas públicas y finanzas serán críticas para adaptarnos al futuro poscovid-19.

Esta no es la primera vez que la civilización humana se enfrenta a una pandemia. La cohabitación humana representa casi un ingrediente esencial para los problemas de salud pública.

La peste y la ciudad. La revolución neolítica dio pie a las primeras ciudades, al poder generar reservas alimentarias gracias a la agricultura y domesticación animal.

Tuvimos que lidiar con problemas de salud inéditos para las primeras generaciones urbanas. Creamos infraestructura para el abastecimiento de agua, para evitar la contaminación de reservas alimentarias y separamos algunos usos de suelo para prevenir contagios de animales a humanos.

La antigua Roma construyó la cloaca máxima para separar las aguas negras y evacuarlas al río Tíber para resolver problemas de salud pública.

Otras ciudades emularon la iniciativa con cloacas abiertas que, sin intención, incidieron en la expansión de la peste negra. París inició la primera cloaca subterránea en 1370, obra que le tomó 400 años.

El Gran Hedor, a mediados de los años ochenta del siglo XIX, en el río Támesis, a su paso por Londres, acompañado de las epidemias de cólera y tifoidea, origina los primeros esfuerzos de alcantarillado residencial cuando John Snow descubre que las enfermedades no se transmitían por aire, sino por contaminación cruzada en un pozo de agua.

Por salud también se inició en 1875 la primera recolección de basura en los hogares londinenses, 125 años después de que fue sugerida por Corbyn Morris.

La industrialización derivó en las primeras migraciones masivas a la urbe y la contaminación del aire a causa de las fábricas de carbón (a raíz de eso, persiste la falsa noción de un Londres gris).

La respuesta inicial —y que aún da forma a muchas ciudades del mundo— fue el éxodo hacia la periferia campestre, hacia los suburbios, y que luego fue acelerado por el automóvil.

Se institucionalizaron las separaciones en el uso del suelo: lejos, la actividad económica y residencial. Nacieron nuevas fuentes energéticas limpias, la prevención de malos olores, ruidos, partículas en el aire, jabón, desinfectantes en hogares y centros de congregación, entre muchos, que han hecho que las ciudades se mantengan vigentes.

De un modelo viejo de ciudad dona, vacía en el centro y poblada en la periferia, el proceso viene revirtiéndose. ¿Volverá a cambiar?

Densidad y hacinamiento. Algunos han señalado la densidad como el gran problema para el control de la epidemia. Apuntan a ciudades como Nueva York o Madrid como “evidencia” del riesgo que presenta la densidad.

Pero Hong Kong, Seúl o la ciudad Estado de Singapur reportan tasas mucho más bajas por millón de habitantes. El problema no es, entonces, la densidad, sino el hacinamiento.

No es lo mismo vivir en una torre de lujo cercana a los parques capitalinos que en algún asentamiento informal en cerros o bordes de ríos, característicos de nuestras urbes latinoamericanas. Lo primero es densidad; lo segundo, hacinamiento.

Por el contrario, la densidad permite tanto para afrontar como para adaptarse a la pandemia. El acceso y cercanía a hospitales y clínicas con mejor infraestructura, comercios próximos, servicios de reparto, acceso a banda ancha de Internet para teletrabajo y a servicios y productos del día a día son posibles gracias a las economías de escala presentes en los asentamientos urbanos.

Nuevo papel de la vivienda. La vivienda será fundamental para la salud financiera de las ciudades y familias. En abril, un cuarto de quienes debían hipotecas y una tercera parte de los que alquilaban entraron en default en Estados Unidos. En agosto, 40 millones de estadounidenses corrían el riesgo de quedarse sin hogar.

Muchas de esas familias viven estrujadas por precios que superan en mucho el barómetro internacional de asequibilidad, esto es, un tercio del ingreso familiar.

Los incentivos para mejorar la oferta deben ser contundentes para no repetir problemas enormes de asequibilidad, como en San Francisco, California, donde se construyó apenas una vivienda por cada 4,3 empleos creados entre el 2011 y el 2017.

El mayor protagonismo de la vivienda se verá amplificado, más allá por su oferta, por su función. Para varias industrias, la vivienda volverá a convertirse en una unidad de producción reminiscente de la era preindustrial: ahora habilitada por la Internet.

Lo anterior tiene implicaciones para las finanzas municipales, que tendrán que explorar cambios en históricas divisiones de zonificación, de permisos, licencias y patentes. Deberán acelerar impulsos hacia modelos híbridos, como las unidades live-work que vienen promoviendo varias ciudades —como Toronto— o nuevos incentivos, como Tulsa Remote, que procura atraer, ya no empresas, sino trabajadores para desempeñarse a distancia en su ciudad.

Movilidad y espacio. Así como la pandemia nos ha abierto los ojos a problemas de hacinamiento y vivienda, en movilidad elevó la discusión sobre la precaria situación del transporte público y la movilidad en general.

El hacinamiento que vive una gran cantidad de usuarios de buses, tranvías y metros, así como la falta de carriles protegidos para bicicletas y de aceras con espacio suficiente para caminar o correr con el distanciamiento suficiente, nos hacen una enorme llamada de atención.

París, Nueva York, Barcelona, Ciudad de México y Bogotá se esfuerzan por ampliar las alternativas para la movilidad y la interacción social distanciada en el espacio público.

La literatura también es contundente, mejor calidad del aire se traduce también en menores tasas de mortalidad. Para ello, se requiere un redimensionamiento del espacio público (red vial incluida).

Muchos de estos cambios los hemos venido fomentando planificadores urbanos y arquitectos durante décadas. Ciudades más compactas, caminables, pedaleables con lugares para la naturaleza, arquitectura con buena ventilación, materiales fáciles de limpiar, nuevas tecnologías urbanas, entre otros, es lo que viene.

Me alegra que mientras escribo estas líneas, la pandemia generara el momentum para un proyecto de ley de comercio al aire libre en Costa Rica, gracias al apoyo de tres diputados de distintos partidos.

El gran mito es que las pandemia matará a la ciudad. La historia prueba que estos episodios las hacen más resilientes, en particular si nos unimos para hacerlo.

fedecartin@gmail.com

El autor es economista y planificador urbano.