Página quince: Impregnar de libertad el bicentenario (II)

Como en la buena tradición costarricense, debemos ir por el medio y realizar el ajuste de nuestras finanzas públicas de una forma balanceada

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San Pablo, en su ruta de conversión y evangelización que se inició en Damasco. Magallanes, en la vuelta al mundo. Amelia Earhart, en el primer vuelo solitario de una mujer a través del Atlántico. La marcha del ejército costarricense hacia Nicaragua para defender la libertad contra los filibusteros y regresar triunfantes, pero diezmados por el cólera. Desde la Antigüedad, un viaje es la analogía por excelencia de la vida de una persona o de un país.

Posiblemente, el viaje que mejor capturó la esencia de la lucha humana es el poema épico la Odisea, de Homero. No por nada se le llama una odisea a un trayecto extenso de glorias y desaciertos, avances y retrocesos.

Homero narra la historia de Odiseo (o Ulises, en latín) quien partió de su hogar en la isla de Ítaca para luchar en la guerra de Troya, donde pasa diez años combatiendo y luego tarda otros diez tratando de regresar a casa.

Reflexionando sobre el punto preciso en que estamos en nuestra historia bicentenaria, nuestro pasado reciente, nuestro presente inmediato y nuestros siguientes pasos, nos vemos en un punto crítico y decisivo de nuestra odisea.

Como Ulises, creo que Costa Rica hizo una visita al Hades, al inframundo, un descenso durante el cual estuvimos al límite de una crisis institucional, de impago del gobierno y de polarización social al final del 2018.

Contra todo pronóstico, como lo describe un calificado relator de esta época, «los peores augurios de una crisis no se cumplieron. Inesperadamente, el sistema político tuvo reacciones que, a corto plazo, evitaron la parálisis política y una crisis económica derivada de la insolvencia fiscal. En el ámbito de las relaciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, la nueva Administración y un grupo inusual de aliados en el Congreso alcanzaron acuerdos políticos para aprobar leyes enfocadas en paliar los efectos inmediatos del desequilibrio en las finanzas públicas —tales como la reforma fiscal y un nuevo endeudamiento a través de ‘eurobonos’— y atender algunos temas puntuales de la agenda de desarrollo—» (Estado de la nación 2019, p. 47).

Ética humanista. Haciendo referencia a mi artículo anterior (La Nación, 17/1/21), estoy convencido de que no fue la casualidad ni la institucionalidad sin carne y hueso la que nos salvó del caos, sino la voluntad, la libertad de acción y la responsabilidad para con el país y el pueblo lo que hizo que personas concretas, por encima de partidos políticos, cálculos o ideología, perfiláramos la ruta de salida. Siempre agradeceré a los líderes responsables de diferentes partidos y orígenes ese patriotismo.

Como para Ulises, no significó que el periplo terminara ahí, pero sí que saliéramos librados para afrontar los otros retos.

Parecía también improbable, pero la ética humanista de los derechos humanos prevaleció a la hora de profundizar los derechos para la población LGTBI y las mujeres.

La defensa de los derechos humanos es la de todos los derechos y de toda la población, entendiendo que debemos mantener la cohesión de una sociedad que hace 70 años se veía como meseteña, masculina, blanca, de una religión, y que hoy, cada vez más, se entiende como lo que es: multiétnica, pluricultural, de diversas religiones y de creencias y de lucha por una igualdad real entre mujeres y hombres.

Crisis mundial. En el 2020, sobrevino la pandemia de covid-19 y desencadenó la enorme crisis que ya conocemos en el mundo y en el país, e impactó fuertemente la salud y el empleo.

El país resiste con valor. Iniciamos, entre los primeros del mundo, la vacunación, que mantenemos en curso aun frente a interrupciones temporales en el abastecimiento ajenas a nuestro control, sin llegar todavía a la temida saturación hospitalaria. A su vez, se ha registrado un descenso lento del desempleo, aunque sin lograr los niveles prepandemia, que ya eran altos de por sí.

Otro golpe durísimo lo llevaron las finanzas y la deuda públicas. Gracias a que el gobierno se socó la faja, fue posible cerrar el 2020 con un déficit menor al previsto (8,34 % del PIB, en lugar del 9,2 % proyectado, medido todo con la base del PIB del 2012).

Entre Escila y Caribdis. Así estamos en este momento de nuestra historia y es importante tenerlo claro. En la obra homérica, luego de superar el canto de las sirenas, Ulises y su embarcación deben atravesar un estrecho entre dos monstruos: Escila, una ninfa convertida en bestia marina con seis cuellos y cabezas con dientes afilados, y Caribdis, ser que chupa hacia abajo en forma de remolino, y traga enormes cantidades de agua y luego las expulsa.

Caribdis es hoy no hacer nada por resolver el problema de las finanzas y la deuda pública, y, por tanto, vernos tragados por una espiral de inflación, de pérdida del valor del dinero, de tasas de interés altas, del precio del dólar disparado y el colón devaluado, de despidos públicos y privados. Sería retrasar una generación el desarrollo, y eso no lo queremos para Costa Rica.

El otro riesgo sería irnos al otro extremo, en un proceso de ajustes, pero que desbaraten el Estado social de derecho, aumenten la desigualdad y rompan la cohesión y paz social del país. Ahí, las cabezas de Escila nos desmembrarían.

Con vistas al futuro. Como en la buena tradición costarricense, debemos ir por el medio y realizar el ajuste de nuestras finanzas públicas de una forma balanceada. Eso hemos propuesto al país y al Congreso. Ya no solo trabajamos para nuestro gobierno, sino también para el que vendrá, proyectando tener en el 2023 más ingresos que gastos en nuestro balance primario.

Sin cerrar el Estado social de derecho, sin despidos o bajas de salarios, sin aumento del IVA o del costo de las transacciones, sin privatizar el agua, como las voces populistas quieren desinformar. Con un empleo público más eficiente, con una renta global más solidaria, con un impuesto mejor diseñado a las casas de lujo. Con un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que es de carácter progresivo y nos permitirá acceso más barato a crédito, que es indispensable para la estabilidad y la transición hacia un superávit primario que nos facilite poner la deuda en una trayectoria descendente a mediano y largo plazo.

De nuevo, está en nuestra libertad de acción que decidamos el camino correcto entre los monstruos que nos harían tanto daño y en las manos del liderazgo patriótico y responsable de los distintos partidos y sectores.

Parafraseando a Ricardo Jiménez, tres veces presidente de nuestra República, los ticos sabemos transitar bien los caminos malos de noche, olfateamos los precipicios, el instinto nos salva, y conocemos bien el camino a casa. Confío en que esta sabiduría popular nos acompañe una vez más.

Y, como Ulises, debemos seguir atados al mástil de la nave, sin escuchar las sirenas del populismo, de la desinformación de mala fe o del cálculo político electoral que quieren perdernos, y debemos seguir remando hacia una Penélope que es la patria posible, que no puede esperar y no llora, que es el desarrollo, el progreso y el bienestar compartidos.

En una entrega final, con la venia generosa de este medio, hablaré del futuro y de cómo puede y debe ser un camino luminoso para nuestra gente en el bicentenario.

El autor es presidente de la República.