Neocensura

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Perdóneme la molestia, don Hernán, pero los vagos del Santamaría las volvieron a hacer”. Así llamé varias veces al ministro Hernán Garrón, de la administración Arias. Bien sabía que él no tenía control sobre los agentes cuya infame misión era detener a los universitarios que regresaban al país procedentes de Cuba, o de otras comarcas del “imperio comunista”, para interrogarlos como si fueran delincuentes y requisarles la literatura subversiva, entendida esta como cualquier publicación con un pie de imprenta “sospechoso”. Los pobres diablos estaban ahí, me imagino, por haber sido pegabanderas en una campaña electoral, y don Hernán, buen amigo de la UCR, llamaba al aeropuerto, les decía que el rector se había quejado de nuevo y acto seguido la víctima era “liberada”, aunque no siempre le devolvían el diabólico material requisado. Un universitario me aseguró haber perdido, de pasada, algunas “pornonovelas” francesas.

Un día, hallándome por coincidencia en el aeropuerto, me advirtieron que la asnería se había repetido con una estudiante. Imposibilitado de comunicarme con el ministro, pensé que ya era hora de ponerle fin al tequio y me dirigí, sin autorización, al sitio donde creía que interrogaban a la joven. Recorrí los pasillos haciendo caso omiso de las llamadas de atención de empleados y policías y, aunque lo que buscaba era ser detenido para que el escándalo pusiera en evidencia la servil sumisión de nuestras autoridades a un gobierno extranjero, tuve que preguntarle seriamente, a un uniforme almidonado, si de verdad iba a cumplir su amenaza de darme una golpiza. Me divertía pensar en la cara que pondría el presidente Arias al enterarse de que un subalterno suyo había pescoceado al rector de la UCR. Para mi pesar, logré llegar hasta el sitio donde un tonto del pueblo se hacía el interesante humillando a la muchacha, y sus pezuñas rayaron las paredes cuando me vio alejarme con la estudiante, cargando yo mismo la valija todavía sin revisar.

Recordé el episodio a raíz del reciente acto de censura que, supuestamente a pedido del movimiento estudiantil, impidió la presentación de un libro en una de nuestras universidades públicas. Me preguntaba si los rebuscadores que antaño hacían de censores en el aeropuerto no despliegan ahora sus artes dentro de la misma academia.