Marco Rubio

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He seguido con interés la trayectoria del joven senador republicano por Florida, Marco Rubio, desde que irrumpió en la política norteamericana.

Es un valioso ejemplo del sueño americano: hijo de inmigrantes cubanos (su padre, un modesto bartender ), le tocó crecer en un hogar de escasos recursos y enfrentar un ambiente social hostil y competitivo. Gracias a su esfuerzo individual y muchas horas de dedicación, culminó una profesión universitaria, ascendió en varios campos y emprendió una exitosa carrera en el mundo político. Hoy es candidato a la presidencia, y, aunque no gane, ya es un ganador.

Lo escuché por primera vez hace tres años durante la convención republicana para elegir candidato presidencial. Fue seleccionado uno de los oradores principales por sus cualidades personales e intelectuales y sus dotes de orador. Domina muy bien la forma y el fondo del discurso, posee una clara dicción, es tranquilo, afable, convincente, buen mozo, irradia simpatía y, a la vez, destila la fuerza de la juventud. Tiene apenas 44 años (en lo único que lo supero), pero lo admiro. Raras veces he visto tantas cualidades juntas en un solo candidato presidencial.

Arrancó bajo en las encuestas y con pocos recursos financieros, pero su desempeño en los debates y una clara definición de su estrategia política le han permitido ascender al tercer lugar entre 16 aspirantes. Mientras otros atacaban a sus colegas y le hacían el juego a una prensa predominantemente sesgada hacia los demócratas, mantuvo su postura de no pelear contra ninguno de ellos, sino enfocarse en los asuntos de fondo: economía, empleo, impulso a pequeñas empresas, déficit fiscal, revolución energética, seguridad, familia e inmigración, y disertar en uno de sus fuertes: la política exterior.

Algunos analistas lo ven como el único candidato que podría enfrentar exitosamente a Hillary Clinton, probable ganadora de la convención demócrata, conocedora de los problemas y ducha al debatir. De hecho, es al que más le teme.

Rubio representa un cambio generacional frente a la veterana candidata demócrata, personifica el cambio frente al desgastado gobierno actual, ofrece una visión alterna en casi todos los temas y no despierta tanta desconfianza, como ella.

Hillary tiene a su haber la fortaleza histórica de su partido y una impresionante maquinaria electoral; Rubio, sus atributos personales, en especial su simpatía. Sería un interesante enfrentamiento entre un partido convencional y un novedoso candidato presiden-cial.

(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho Económico en la Universidad de Costa Rica.