Libertad y vacunas

Es hora de empezar a pensar en medidas para quienes rechazan las vacunas, especialmente ahora que superan la etapa de ‘uso de emergencia’

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Equiparar la resistencia a la vacunación con el ejercicio de la libertad individual es ignorar los límites impuestos a la voluntad personal por las exigencias de la vida en sociedad. El límite del derecho propio está donde comienza el ajeno y el reconocimiento de esos linderos es condición de la convivencia.

Si las consecuencias de rechazar la vacuna recayeran exclusivamente sobre quien lo decida, habría razones humanitarias para intentar persuadirlo de cambiar el rumbo pero, a falta de repercusiones en lo ajeno, se impondría el respeto al libre albedrío. Ese no es el caso del coronavirus.

Las poblaciones no vacunadas son combustible para la pandemia, sobre todo, en presencia de variantes más contagiosas, como la delta. Los reacios a la inoculación elevan el riesgo de quienes no han tenido acceso a ella, sea por razones de edad o de exclusión social. La posibilidad de contagio también aumenta para los vacunados y si bien, su riesgo de enfermedad grave, hospitalización y muerte es menor, mucho depende de la edad y el estado general de salud.

Los no vacunados, además de un medio para perpetuar la pandemia, son laboratorios donde el virus ensaya sus mutaciones. La variante delta no es necesariamente la última ni la más contagiosa y letal. Dios nos libre de una peor, pero podría estar a la vuelta de la esquina, incluso con capacidad de burlar completamente las vacunas.

Por eso los países industrializados debaten si es preferible aplicar una tercera dosis o inmunizar a la mayor cantidad posible de la población mundial. El egoísmo podría devolverse como búmeran y la generosidad, resultar el mejor servicio al interés propio. Si a fin de cuentas el desprendimiento se impone, el rechazo a las vacunas cobrará relieve como acto de inexcusable egoísmo.

Los riesgos sanitarios creados por la resistencia a la vacunación se trasladan a la vida económica, fuente de sufrimiento generalizado, más allá del flagelo directo de la enfermedad. El desempleo, la pobreza y el estancamiento también encuentran un aliado en el lento ritmo de la vacunación mundial y el movimiento contra la vacunación ocupa un lugar cada vez más destacado en el rezago.

Ni la propiedad privada ni la libertad individual autorizan a mantener criaderos del temible «Aedes aegypti». La sociedad se reserva el derecho a intervenir para evitarlo. Es hora de empezar a pensar en medidas equivalentes para el rechazo a las vacunas, especialmente ahora que superan la etapa de «uso de emergencia».

agonzalez@nacion.com