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La semana pasada escribí sobre lo bien que le había ido a Costa Rica en el último ranquin del Doing Business , gracias a la implementación de algunas mejoras en trámites. Sin embargo, rapidito se me fue la alegría.

Una amiga me contó el calvario que atravesó para abrir una cuenta bancaria y poder depositar el dinero de su pequeño e incipiente negocio.

Va primero a una agencia, donde le piden una lista de requisitos. Destaca la orden patronal y la copia de algún recibo de servicios públicos. Como mi amiga no es asalariada, le piden sustituir la orden patronal con una carta de un contador que certifique el origen de sus ingresos. Cuando llega con una constancia hecha por un contador privado, le dicen que esa no vale. Que tiene que ser certificada por un contador público. Otro viaje más al banco.

Como resulta que todos los recibos de servicios públicos no le llegan a la dirección física de su casa, sino al apartado postal, el que presentó no vale para certificar donde vive. Por sugerencia de un funcionario del banco, va al ICE a pedir ahí una carta. Pero, cuando llega de nuevo al banco, le dicen que esa no vale, ya que no tiene los “sellos oficiales” del ICE.

Para no cansarlos con el cuento, mi amiga terminó yendo un total de siete veces al banco, hasta que decidió ir a otra agencia. Ahí finalmente apareció un funcionario interesado en resolverle el problema. Por medio de un “maguiver” al sistema, el muchacho pudo completarle a mi amiga el procedimiento para abrir la cuenta.

¿Cómo puede ser que, para abrir una cuenta en un banco, se requiera tanto esfuerzo? Y aquí no se trata de si es un banco público o privado. En los dos sucede lo mismo. Tampoco hay distinción de si es un cliente grande o pequeño.

De lo que se trata es de que los empleados bancarios están entrenados para cumplir con los reglamentos de manera literal. Ninguno puede salirse del libreto o pensar por su cuenta, porque, si no, vendrá la Sugef y castigará al banco. Se han convertido en aplicadores de regulaciones, en lugar de servidores de clientes.

Además, algo está mal con la regulación. Fue hecha para prevenir el lavado de dinero, pero se ha convertido en un obstáculo para que las personas puedan depositar su dinero en un banco con facilidad. El costo que implica la aplicación de esta regulación para la gente, en tiempo, dinero, estrés y frustraciones, me parece que supera sus beneficios.

Por más que hayamos mejorado en el Doing Business, se nota que seguimos estando en el puesto 102 del mundo. Nos falta mucho por mejorar, empezando por un cambio de mentalidad.

Hay que entender que el Estado, a través de sus regulaciones e intervenciones, debe estar para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. No para hacerla más difícil.