‘Le Cirque du Soleil’

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No conozco personalmente a Daniel Soley. Pero conozco muy bien a su padre, Elías Soley, y a su tío, Óscar Soley, con quien cursé la carrera de Derecho. Por ello, puedo dar fe de la honorabilidad de su familia. Daniel –estoy seguro– heredó la misma fibra ética. Por eso, me resisto a creer que actuó solo en este lamentable affaire , que bien podríamos llamar “Le Cirque du Soleil”.

A Daniel lo sacrificaron. Lo usaron de chivo expiatorio para encubrir al verdadero responsable (autor intelectual) de ofrecer a la procuradora una posición en el servicio exterior, de embajadora en un país cercano, a cambio de no incomodar al Gobierno con sus fundamentadas intervenciones. Ella venía actuando diligentemente en la Procuraduría, pero, al parecer, se había convertido en algo así como una piedra en el zapato.

No es lógico pensar que un nuevo (y novel) funcionario, inexperto, además, en los avatares de la política, haya actuado solo, sin consultar, como un niño que se aparta sin permiso de sus padres para perseguir un sueño atado a un papalote. La malicia para sobrevivir en esta jungla partidista solo se adquiere con las canas. Los otros, sí. Fue demasiado conspicuo el hecho de que el Ministerio de la Presidencia y la Presidencia de la República trataran de despachar apresuradamente el tema, guardando silencio, bajo el argumento de que carecía de importancia y ya no hablarían más. ¡Callaron! Decía Ulpiano –lo aprendimos Óscar y yo en la Escuela de Derecho– que el que calla, otorga.

Soltemos, entonces, a Daniel para enfilar la causa hacia esa “autoridad política superior”, como se decía en otra época y otras circunstancias, por ser ahí, de seguro, donde centraría su ojeriza Mafalda. Hacen bien los diputados de oposición en tratar de indagar con Daniel y la procuradora por dónde va la procesión. Dudo mucho, sin embargo, que algo se pueda esclarecer, pues los pobres deben de estar compungidos y medrosos. Yo los comprendo. Pero, tal vez, tengan algo que decir. De momento, es muy claro que el Gobierno, que prometió cambiar y hacer las cosas de forma diferente, está incurriendo en las mismas prácticas. Bien dice el refrán: “El zorro pierde el pelo, pero no las mañas”.

Aunque no voté por el PAC, celebré el saludable cambio prometido. Ahora veo, con desazón, que el propio Gobierno cambió la política de cambio del PAC. Lo lamento por Ottón, quien ha permanecido fiel, sin dejarse arrastrar por los malabaristas del inefable “Cirque du Soleil”. Si Daniel (el travieso) va al Congreso, enfrentará un imperativo familiar: decir la verdad. Si no, su tata y su tío le podrían jalar la chaqueta.