La neopolítica

La política nacional sufrió una mutación en estas elecciones. Son muchas las preguntas que deberán contestarse sobre la organización futura de los partidos políticos, la actividad ciudadana y de dónde surgirán figuras del peso de un Pepe Figueres o un Manuel Mora.

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Tenemos presidente electo. Carlos Alvarado del PAC ganó luego de un largo y “extraño” proceso electoral en el que el aparente poco entusiasmo de los primeros meses cambió por una amplia participación, sorpresiva para todos, incluyendo los analistas, que remarcaban que “en las segundas rondas la abstención siempre es mayor, y más en este caso, por tratarse del Domingo de Resurrección”. Y nos equivocamos. Todos. En un artículo aquí, en el último trimestre del año pasado, indiqué que los eventos podrían cambiar la dinámica de la campaña política. Y no me equivoqué.

Esperemos algunos meses para ver qué nos pueden decir los investigadores, ojalá con elementos empíricos recogidos de las distintas fuentes.

No olvidemos que la historia es la madre del presente y el futuro. Nada de lo que ocurre en la sociedad pasa en un vacío espacio-temporal. Por eso, está muy bien traer pensamiento y figuras nuevas, jóvenes, pero ay de los pueblos que ignoran o engavetan el conocimiento del pasado y la experiencia de quienes han vivido y protagonizado procesos y decisiones de impacto general.

Lo vivido en carne propia o escuchado de los protagonistas principales es como sangre en las venas de la sociedad. Tampoco se vale la arrogancia del sabelotodo, del que siempre explica el hoy por el ayer. La capacidad de distinguir entre lo accesorio y lo sustantivo es muy poco común y tiene un poder estupendo para acertar.

Ahora, pensemos en lo que podría seguir.

Un cambio. Escribí neopolítica en el título porque creo que la campaña y las elecciones constituyen un parteaguas en la historia política de la Segunda República, para no hablar de lo que eran las elecciones antes de 1949, con las mujeres sin votar porque no tenían ese derecho y no existía el TSE, entre varios elementos que hacían de aquella una democracia muy endeble.

No pretendo definir ni explicar exhaustivamente a lo que llamo la neopolítica nacional. Solamente pongo algunos pensamientos al frente, para ojalá motivar a los especialistas a reflexionar sobre ello. No como ejercicio puramente académico, sino como denominación de ese “algo” que, citando a Gramsci, he escuchado decir a varios analistas: “Estamos en un momento en el que lo viejo no muere y lo nuevo aún no nace”. ¿Qué es eso viejo que no muere y qué lo nuevo que aún no nace?

Primero, creo que están las preguntas de cómo serán los partidos políticos en adelante, cómo será su organización, cómo se definirán sus ideologías y planteamientos, cómo se financiarán, quiénes tendrán interés en dirigirlos, etc.

En segundo lugar, partiendo de que no hay verdadera democracia sin partidos diferenciados, pues claramente las democracias populares, las de decidir “alzando la mano”, las de caudillos, las refrendarias o plebiscitarias, son travestismos de democracia, ¿quiénes querrán pertenecer, comprometerse y trabajar en los partidos?

Uno de los problemas recientes de nuestra democracia es que no hay muchos incentivos para que las personas capaces, honradas y razonables quieran trabajar en política. Hablo de trabajar porque opinar e ir a votar tres o cuatro veces cada cuatro años es solo el final del proceso de construcción democrática.

Visitar comunidades en todo el país, reunir grupos, organizar distritales, cantonales y provinciales es otra cosa. Además, esto debe hacerse con un mensaje pertinente, coherente, claro, accesible a todos, someterlo a discusión y debate, confrontarlo con las ideas de propios y extraños, la cosa se vuelve complicada. Por si eso fuera poco, sostener el esfuerzo por al menos cuatro años, hace el asunto todavía más difícil. Y no parece haber una proporción importante de personas dispuestas a ello.

Voluntarios hay, pero la mayoría sobran porque carecen de los atributos deseables. Queremos que la política tenga, como antaño, un aura de honor, de prestigio. Que ser político y funcionario sea algo muy exigente, pero igualmente reconocido.

Desafío. Tenemos ese enorme desafío: ¿Cuáles son las fuentes de donde pueden brotar los Pepes Figueres, los Calderón Guardia, los Manueles Mora, los Rodolfos Cerdas, los Oduber, los Fernandos Volio, los Echandi y los Enriques Obregón de hoy y mañana?

Y aunque no sea políticamente correcto decirlo, si a esa exigencia de excelencia no se le acompaña con reconocimiento e incentivos materiales proporcionales, no habrá excelencia, a largo plazo, en quienes tengan la responsabilidad de liderar y gestionar lo que Carlos Manuel Castillo llamaba “aquello que es de todos”, lo público y, en última instancia, la res pública romana.

Tercero: ¿Cómo serán los efectos netos de la actividad de los blogueros, los influencers, los medios de comunicación tradicionales y los nuevos, sobre la agenda de discusión nacional, política y no política? ¿Cómo afrontar que Facebook y las otras redes sociales sean utilizadas para impactar subrepticiamente nuestro sistema político y electoral?

Cuarto, la política y los partidos, esenciales como son, ya no diseñan y construyen la democracia interactuando solo entre ellos. Múltiples formas de organización ciudadana (que para simplificar llamaré ONG) actúan, avivan, influyen en la construcción del país. La política no solo no debe ignorarlas, sino que debe resolver el dilema de cómo incorporarlas sin desnaturalizarlas ni cooptarlas. La riqueza de conocimientos, energía y capacidad existentes en esa pléyade de entidades, especialmente entre decenas de miles de jóvenes, son ríos de agua fresca que por sí mismos dan vida a nuestro fértil suelo de innovación, solidaridad y tantas otras importantes cualidades de nuestro país. Ilustro con un solo ejemplo: las relevantes y pertinentes propuestas que ha hecho Poder Ciudadano.

El quinto aspecto corresponde a un viejo problema: las finanzas. No debe permitirse que el dinero privado determine o incremente significativamente las probabilidades de triunfar, pero tampoco debe garantizarse financiamiento público de modo tal que cualquiera pueda ser candidato, sin trabajo de convencimiento, calificaciones para aquello a lo que aspira ni arriesgar nada propio o de quienes le apoyan.

El sistema actual es perfectible, su falla principal es la falta de financiación para los procesos internos de primarias o convenciones. El financiamiento y el uso correcto de los fondos está relacionado con la participación y escogencia de los mejores, independientemente de su origen social y capacidad económica.

¿Cómo jugarán las desafiliaciones partidarias heredadas frente al desafío de la identidad ideológica y la participación y representación democrática piramidales contenidas en el Código Electoral, indispensables sobre todo en los períodos entre elecciones?

Razón. No dejan de tener razón los críticos de las argollas y de los pegabanderas profesionales, pero no es evidente que a puro idealismo se pueda construir y mantener un sistema democrático. Hoy, a diferencia de unas décadas atrás, es raro que los mejores profesionales y emprendedores escojan la política como una de sus actividades principales. Por eso, en el mundo entero, y cada vez más frecuentemente, vemos que los candidatos provienen de las actividades mediáticas, constituyéndose en figuras y luego saltando a la política, pero dejando, no pocas veces, fuertes dudas de poseer la formación y conocimientos requeridos.

Quedan otros temas que constituyen preguntas o dilemas de las nuevas formas de la política, la neopolítica, que podrá ser o no la respuesta a los desafíos de la acumulación de revoluciones o transformaciones que el mundo, y nuestro país, hemos vivido en las tres o cuatro últimas décadas.

Mi esperanza es que todo esto nos permita elegir y vivir democráticamente y que los elegidos estén muy bien calificados y honradamente comprometidos con los retos que asumen.

El autor es economista.