La hora de los sustos

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El concepto de elevada inflación adquiere un sentido muy realista, tremendamente vivencial, cada vez que el cajero en el supermercado comienza a escanear los precios de las compras para la quincena.

La pantalla de la registradora muestra el aumento progresivo de la cuenta, mientras el cliente hace cálculos mentales para ver si le alcanza el dinero que tenía previsto gastar.

Algunos más precavidos, con calculadora en mano y aferrados a una lista estricta de compras, saben que el presupuesto asignado al diario no es suficiente para adquirir todo lo que llevaban antes.

En cambio, los menos rigurosos en el control del gasto personal se toparán con que la factura final volvió a subir, tal y como había ocurrido en la compra anterior y en la trasanterior.

Algo similar sucede al visitar el abastecedor, la carnicería, la panadería, el minisúper, la verdulería o la tienda. El alto costo de vida está golpeando la billetera de los costarricenses por todos los frentes.

El alza en los combustibles, propiciada por el conflicto entre Rusia y Ucrania, ha desatado una espiral inflacionaria que, en mayo pasado, alcanzó su pico más alto en los últimos 13 años.

También el precio galopante del dólar, que el 21 de junio rozaba los ¢700 en la ventanilla de algunas entidades financieras, presiona los precios y las tasas de interés de los préstamos.

Para enfrentar la situación, muchos hogares han tenido que reducir las raciones, eliminar ingredientes del menú diario o suprimir el consumo de productos que no son esenciales.

De hecho, un estudio elaborado por la empresa consultora Kantar revela que las familias están centrando sus compras en la canasta básica y han reducido la demanda de lácteos y artículos de aseo personal.

Con estos y otros malabares, la ciudadanía intenta sobrellevar los rigores de la inflación, a la espera de que pronto amaine la tormenta. Sin embargo, la luz no se asoma en el horizonte cercano.

Está por verse si las promesas hechas en campaña por el gobierno se transformarán en acciones concretas para controlar el costo de vida, pues la vía del decretazo aún no ha sido eficaz para aliviar los bolsillos.

Tal parece que la mesura y el autocontrol y, en casos extremos, el abstencionismo forzoso seguirán siendo el único camino para encarar la hora de los sustos en el supermercado.