Insoportable ironía

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Nicolás Maduro intenta congraciarse con la nueva administración estadounidense y saca medio millón de dólares del flaco bolsillo venezolano para financiar los festejos inaugurales del presidente Donald Trump. No es broma, la donación aparece en los recientemente publicados registros del Comité de Investidura.

La hambrienta Venezuela superó en generosidad a grandes empresas transnacionales, como la Pepsi Cola, cuya donación fue de $250.000, y Verizon, que contribuyó $100.000. El aporte venezolano se materializó gracias a Citgo, filial estadounidense de Petróleos de Venezuela (PDVSA), también utilizada en su momento por Hugo Chávez para comprar buenas voluntades en los Estados Unidos.

Chávez, por lo menos, comprometió los fondos para ofrecer subsidios energéticos a los pobres necesitados de calefacción en Nueva York, un gesto teatral, de poca consecuencia y discutible justicia. La pobreza es dolorosa donde sea, pero un venezolano marginado está, en términos relativos, mucho más necesitado que un neoyorquino pobre.

Otra diferencia entre el gesto de Chávez y el de Maduro es la abundancia de recursos en manos del primero cuando ofreció regalos a los pobres de Nueva York. La producción de PDVSA ya estaba en franco declive, dados los caprichos del régimen, pero todavía no tocaba fondo y los precios del crudo alcanzaban para financiar la megalomanía del teniente coronel.

Hoy, Venezuela vive sumida en el hambre y la escasez de productos de primera necesidad. Los hospitales son un desastre y los médicos mandan a los pacientes a comprar, en el mercado negro, fármacos esenciales para salvar la vida de seres queridos. La pobreza empuja a miles de jóvenes hacia la delincuencia y el país tiene tasas de homicidios inimaginables.

Pero Venezuela también sufre un terrible déficit de respeto a la institucionalidad democrática. La dictadura de Maduro –es hora de llamarla por su nombre– sofoca con violencia las manifestaciones populares cuyo único reclamo es la celebración de elecciones en libertad. Ya ha corrido sangre y en las cárceles crece el número de presos políticos mientras Maduro y sus cómplices maniobran para apagar las últimas luces de la institucionalidad.

Ese estado de cosas eleva la ironía de la donación hasta el umbral de lo insoportable. La pobre y reprimida Venezuela entregó medio millón de dólares a la nación más rica del mundo para ayudarla a festejar la culminación de un proceso electoral democrático, mediante el traspaso pacífico del poder.

Armando González es director de La Nación.