Igor y el rigor

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Sin contar con un libro a mano que nos distrajera, nos atrapó una espera absurda y larga en aquella agencia del Banco Nacional, lo que nos llevó a repetir en la memoria cierta visita a una librería de segunda de Lovaina en la década de 1960.

Por entonces todo era química, pero a veces caíamos en alguna curiosidad malsana y, en esa ocasión, compramos un viejo opúsculo titulado La guerre d’Igor, versión modernizada de la traducción –del eslavo medieval– publicada en París a fines del siglo XIX, del más antiguo cantar de gesta ruso, escrito alrededor del año 1200. (Ahora sabemos que en el siglo XX se publicaron varias traducciones al español).

El asunto no debió pasar a más, a no ser porque, al volver al auto, se nos antojó recordar las Danzas polovetsianas , de la ópera El príncipe Igor , de Alexander Borodin, estrenada en 1890. Como decíamos en tiempos viejos, “nos cayó la peseta” y no pudimos evitar una curiosa sorpresa.

El libreto de esa ópera se basa lejanamente en la historia que leímos en el pequeño libro belga, ahora perdido a causa de nuestras mudanzas estudiantiles: en la primavera de 1185, Igor Svyatoslavich, príncipe de Nóvgorod, y su hermano Vsévolod –si no entendimos mal, hijos de Svyatoslav III, príncipe de Kiev– emprendieron una expedición militar con el fin de detener a los turcos kipchakos, conocidos en Rusia como “polovets” y, en Occidente, como cumanos, horda que arrasaba las estepas de aquella Rusia primigenia, cuyo centro político era Kiev, actual capital de Ucrania. (Según una fuente dudosa, en el año 862 los rus despojaron a los jázaros de esa ciudad, cuyo nombre significa, en lengua jázara, algo así como “ojo de agua”). Los príncipes rusos fueron derrotados y capturados por los polovets, pero Igor logró escapar luego para regresar a Rusia –la de Kiev– a preparar su contraataque a los ominosos invasores asiáticos.

¿De dónde nuestra curiosa sorpresa? Semanas atrás habíamos leído en la prensa local a un académico costarricense que, tras pasar algunos días en Ucrania invitado por una entidad estadounidense, acortaba en más de 600 años la historia de Rusia afirmando que los rusos llegaron por primera vez a Ucrania tras la anexión del Khanato de Crimea, ocurrida en 1783, y así entregaba a sus lectores una falsedad histórica claramente propagandística, error que se habría ahorrado si alguna vez le hubiera puesto atención a la “trama” de la conocidísima ópera de Borodin.

Tal vez, el tema carezca de importancia para los atareados lectores costarricenses, pero al menos debería de suscitar algunas reflexiones sobre las que hemos llamado “ligerezas mediáticas”.