Fin del sainete

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Nicolás Maduro sugirió al secretario general de la Organización de Estados Americanos enrollar la Carta Democrática y meterla en un sitio reservado por el chavismo para la democracia misma. Por esos oscuros lugares pasaron, hace rato, la separación de poderes, el respeto a la voluntad popular, la probidad en la función pública y las reglas de la economía.

No extraña, pues, la sugerencia del presidente venezolano, acostumbrado a emplear esa recóndita ubicación para cosas dignas de mejor destino. Tampoco podría haber una confesión más dramática y vulgar del menosprecio de su gobierno para las aspiraciones democráticas del continente, recogidas en la Carta, cuya aprobación se hizo por unanimidad.

Los chavistas aplaudieron la invocación del documento cuando su líder encaró un intento de golpe de Estado en el 2002. También les hizo gracia durante la rebelión policial en Ecuador contra Rafael Correa y, con especial entusiasmo, en el 2009, en Honduras, cuando un golpe de Estado depuso al gobierno afín de Manuel Zelaya.

En esos momentos, la Carta Democrática merecía estar donde más le diera el sol. Hoy pertenece a las tinieblas insinuadas por Maduro porque ya no es posible fingir. El disfraz utilizado para disimular el rumbo autoritario ya no cumple propósito alguno y da lo mismo dejar al descubierto la hipocresía del pasado.

El exabrupto de Maduro es una ruptura explícita con toda pretensión de cumplir el compromiso con la democracia y con la Constitución venezolana, hecha a imagen y semejanza del chavismo cuando se creía eterno en el favor de las mayorías.

El régimen es víctima de su propia farsa. Fingió una fe irreductible en el dictado de las urnas, pero hoy los votantes se vuelven en su contra. Se hizo pasar por guardián de la legalidad construida a su medida, pero la oposición encontró en ella instrumentos para poner fin al llamado socialismo del siglo XXI. La Constitución bolivariana perdió vigencia apenas asomó la posibilidad de celebrar, a su amparo, un referendo revocatorio que el gobernante sabe perdido de antemano.

Maduro cruzó el Rubicón al desconocer, mediante subterfugios, los resultados electorales del seis de diciembre pasado. La burla pública a la Carta Democrática es apenas una confesión, innecesaria a la luz de los acontecimientos. Si el gobernante ya no finge, es difícil comprender por qué lo hacen los gobiernos y organismos comprometidos con la democracia. Venezuela dejó de ser siquiera un remedo del tipo de organización política y social descrita en la Carta de la OEA. Es hora de decirlo en lengua clara. El sainete ha terminado.