Fallidas buenas intenciones

La gente algunas veces daña el arte público conscientemente por mala voluntad y vandalismo, o los afecta inconscientemente por ignorancia y torpeza

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El arte público propone discursos urbanos referenciales para los ciudadanos, quienes se reconocen, o no, en las disímiles manifestaciones con que topan en parques, plazas, calles, iglesias, edificios, etc. Las autoridades custodias de los espacios donde están los bienes artísticos patrimoniales tienen responsabilidad sobre ellos.

Así, junto con el Departamento de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura y Juventud, las universidades, las municipalidades y otras instituciones que los abrigan tienen la misión de cuidarlos. Las juntas administrativas de los cementerios no escapan a ello, pero deben asesorarse antes de intervenir los monumentos funerarios.

Además de los impactos climáticos en áreas abiertas o de las variables del recinto que contenga el acervo, los ítems están expuestos al público, que es variopinto como su relación con esos objetos. La gente algunas veces los daña conscientemente por mala voluntad y vandalismo o los afecta inconscientemente por ignorancia y torpeza.

En el segundo caso, los desaguisados suelen germinar con buenas intenciones, pero acaban por empedrar el camino a un infierno de sobresaltos y lamentaciones que desembocan en decisiones postergadas, trámites engorrosos y altos gastos para resanar lo afectado.

Eccehomo

Hace una década fue muy sonado el caso del Eccehomo de la ciudad zaragozana de Borja, en España, una pequeña obra mural ubicada en una ermita distante seis kilómetros del centro urbano.

El cristo, datado hacia 1930 con autoría de Elías García Martínez, fue pintado sobre el muro seco sin imprimante previo y eso, más el entorno del templo, los altibajos de la temperatura y factores diversos que amenazan las obras plásticas de acceso general, deterioraron la pigmentación y dieron mal aspecto al cuadro.

En el 2012 un párroco borjano, descontento con el Jesús descascarado, comisionó su repintada a una vecina de 81 años, aficionada a la pintura y a retocar mantos de vírgenes de bulto. Fue tal la alteración del original que provocó una oleada de indignación ibérica y posteriormente un tsunami mundial, merced a la cobertura dada al asunto.

La devota parroquiana y el propio cura que la indujo actuaron con caridad y sin mala fe; no obstante, pese a la mediocridad del original, carente de mayor valor económico o artístico, su improvisado salvataje atrajo una desproporcionada indignación, que felizmente en su pleamar convirtió a la implicada en celebrity y al pueblo en popularísimo destino turístico.

Obelisco

En Latinoamérica, las restauraciones toscas perpetradas por improvisados son cientos e incluyen hasta tatuadoras interviniendo retablos del siglo XVIII y arruinándolos para siempre.

Nuestro país no se exime de esos actuares malhadados ni de la fallida buena voluntad de quienes los ordenaron o implementaron. Recordemos cuando empleados públicos “arreglaron” una columna en la cuña verde donde se divide la avenida segunda, a la altura de la calle 21.

Como les pareció rota y dañada, por desinformación completaron el obelisco inconcluso que se yergue al este de la placita. Ignoraban que una columna inacabada intencionalmente es homenaje a una vida segada en forma abrupta y que el monolito lamenta la vida trunca del doctor Ricardo Moreno Cañas. Se erigió ahí, cercana a la casa donde fue ultimado aquel benemérito galeno, residencia hoy demolida.

Por ventura los tutelares del sitio tomaron acciones y deshicieron el entuerto. Por desventura, en el 2010 el Club de Leones de San José levantó un bloque que anuló la visión en perspectiva del obelisco.

Arcoíris

Otro caso fue el de la escultura Arcoíris, de la artista Leda Astorga, ubicada en La Sabana. La obra acusaba deterioro, por lo que el Instituto Costarricense del Deporte (Icoder) mandó a pintarla, pero los interventores desconocían la paleta de colores utilizados por la autora y no estaban capacitados para reproducirla.

Astorga se ofreció a restaurar el desaguisado, pero el coordinador de Recreación del Icoder adujo que no se la podía contratar porque ella cobraba mucho. Es frecuente que los funcionarios no tengan idea de lo que conlleva restaurar una obra artística. Además, cuando ocurre una barbaridad empieza el lavatorio de manos, el pimpón de opiniones y la tramitomanía, todo aderezado con múltiples explicaciones a los tomadores de decisiones, a los mandos medios y a los simples burócratas que raramente están dispuestos a entender los alcances de los atropellos de marras.

Busto del poeta

Hace poco sufrió una desafortunada intervención el busto del poeta ramonense Félix Ángel Salas Cabezas (1908-1948), obra temprana del también local Ólger Villegas Cruz, Premio Magón 2010.

El retrato pétreo de Salas corona su sepultura en el cementerio municipal de San Ramón, donde el tiempo y los embates climáticos lo deterioraron. Los empleados del camposanto se aplicaron en coquetear el busto y lo pintaron de blanco, resaltando el pelo y un corbatín en negro.

La buena voluntad claudicó ante el poco tino, y el resultado fue un mamarracho. Encima, cuando alguien señaló el disparate, procuraron resolverlo con otra lamentable acción: le aplicaron diluyente y agravaron la situación. Para solucionar tal entuerto, ahora sobrevendrá el calvario procesal y se necesitará dinero, que no será poco porque la pintura penetró en la porosidad del material y para limpiarla se precisa hasta de instrumentos de dentista.

Ignorancia

A nuestra gente le gusta ver las cosas “bonitas” según su criterio, el cual no siempre es pertinente. Quienes asumen revitalizar valiosos objetos patrimoniales públicos y los lesionan son esencialmente culpables de ignorancia, pero esa es madre de dislates.

Evitarlos supondría sensibilizar a los tomadores de decisiones y establecer políticas sistémicas, estructuradas y eficaces. No blindan de las ocurrencias, pero quizá eviten algunas.

Las regulaciones atinentes a los espacios públicos tienen vacíos legales y confusiones respecto a quiénes y cómo deben tutelarlos. Hay discordancia entre el Gobierno Central, los gobiernos locales, los museos, los cementerios, etc.

Para evadir deberes, las instituciones muchas veces se parapetan en el cómodo desvío de responsabilidades. Sería saludable revisitar las leyes de patrimonio cultural y fortalecerlas, o por lo menos reformular los protocolos básicos de atención. Hay que mantener el dedo en el renglón, aunque sea por honrar la esperanza de que siempre vengan mejores días para el arte y la cultura.

jorgearroyo2000@yahoo.es

El autor es escritor.