Fábula astral

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

A mediados del siglo XX, leía algo de ciencia ficción “de la buena”, aquella en la que las explosiones y los impulsores de las astronaves no producían ruido en el espacio porque, bien se sabe, en el vacío no hay un medio material a través del cual se pueda propagar el sonido. De un olvidado autor del género, retengo vagamente una paradoja fabulada resumible más o menos de la manera siguiente.

En algún momento del siglo XXI, el avance científico-tecnológico es tan acelerado que cada cinco años la nueva tecnología convierte toda la precedente en obsoleta. La humanidad se prepara para salir a la conquista del espacio y un día de tantos despega, rumbo a un lejano e inexplorado planeta, una astronave cuyos ocupantes verán, pasados diez años, cómo les toma la delantera otra astronave, también procedente de la Tierra, que inició su viaje cinco años después que ellos y, gracias a una tecnología más avanzada, es dos veces más veloz. Transcurren otros diez años antes de que la segunda nave sea sobrepasada por una tercera que es cuatro veces más veloz que la primera, y así sucesivamente, de modo que quienes partieron de primeros se encontrarán, al llegar al planeta de destino, con una civilización fundada por sus propios y, para ellos, desconocidos descendientes.

Algo así como si Colón hubiese sido recibido en las Antillas por sus descendientes hispanoamericanos y no por los arahuacos y, por cierto, si en el 2016 saliera la primera de esas expediciones, la que la “rayaría” dentro de diez años debería partir en el 2021, a menos que el próximo pelotón de poderosos gobernantes, el de Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Ángela Merkel, Marine Le Pen, Jeremy Corbyn, Hasán Rohaní y Salmán bin-Abdulaziz, decida abrirles paso a los jinetes del Apocalipsis.

Esta fábula debería servir para atemperar cualquier arrogancia humana basada en consideraciones generacionales. La vida humana es demasiado corta y el conocimiento técnico-científico necesario para mantener al mundo –aunque hacerlo sea una mala idea– en el rumbo que ahora lleva, se renueva con tal rapidez que nos estamos aproximando, si no es que ya lo hemos alcanzado, al momento en que ningún grupo etario –anciano, viejo, maduro o joven– podrá vanagloriarse de ejercer su control sin contar, de manera simbiótica, con la ayuda de máquinas pensantes dotadas de memorias virtualmente inmortales. Quién sabe si los creyentes del futuro no esperarán ser recibidos, en el más allá, por nuestros sucesores evolutivos, los robots.

Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector en 1981.