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Según un temprano despacho de prensa, la riada clandestina de niños centroamericanos hacia Estados Unidos, a través de parte del Istmo y la totalidad de México, estaba “a punto de convertirse en una catástrofe humanitaria de colosales dimensiones”. Había que leer muchas veces aquel texto para no tomarlo como un despropósito. Ya para entonces, el llamado “problema de los niños migrantes” al cuidado de mafias de coyotes era una crisis humanitaria de colosales proporciones, tanto en sí mismo como porque era parte de uno más amplio que es la trata de personas, la conversión de los seres humanos en mercancías que se venden –o se transportan– como si fueran cosas. Lo que nadie podrá explicar es el que los dirigentes –para llamar de alguna manera a todos los gobernantes de Centroamérica– no se hubieran dado cuenta, desde hacía mucho tiempo, de que ese fenómeno estaba ocurriendo.

Hay en todo esto una imperdonable irresponsabilidad de las autoridades nacionales y locales de siete países, pues resulta increíble que la primera noticia que recibieron sobre el asunto les viniera de los periodistas que revelaron la existencia de campos de internamiento en Estados Unidos y centros de albergue en el norte de México, repletos de niños centroamericanos. Deben destacarse, en especial, la inadvertencia y el descontrol que pretenden haber padecido al respecto las autoridades mexicanas. Que a las autoridades policiales, sanitarias y educativas de varios países de la región les hubieran pasado inadvertidos los movimientos de los coyotes y de los familiares de los niños enviados hacia el extranjero en tales condiciones, suena, cuando menos, extraño. Una posibilidad, bastante improbable, es que todos los coyotes hayan sido entrenados por la CIA en tácticas de espionaje y ocultamiento; otra, más improbable aún, es que en estos países, para servirle al Estado como maestro, policía, médico o enfermero, haya que tener obligatoriamente la percepción de una ostra, y una tercera, más lógica, es que detrás del fenómeno se oculte la participación interesada, y desde luego corrupta, de algunos influyentes políticos y funcionarios locales.

Aun si fuera válida la explicación oficial de que ese tráfico inhumano se origina en las condiciones de miseria en las que viven grandes capas de población en los países “exportadores”, no daría cuenta de la sordera y la ceguera de las autoridades que debieron haberlo notado y haberse tomado, en consecuencia, el trabajo de alertar a la población sobre los graves peligros a los que quedarían expuestos los niños enviados hacia el norte por tan azaroso procedimiento.