Eutanasia

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Era frecuente que el filósofo E. Cioran disuadiera a otros de sus propósitos suicidas; sin embargo, cuando un compilador de citas lo puso a decir que el suicidio es la última salida hacia la libertad, nadie se ocupó de aclarar que se refería específicamente a quien, privado de libertad, se encuentra sometido a condiciones intolerables de tortura, un fenómeno común, en la época, incluso en algunos Estados “civilizados” de nuestro continente. ¿No era su propuesta una forma de eutanasia autoasistida?

El intelectual triestino Claudio Magris calificó de “ultrajante” el hecho de que George W. Bush interviniera como “defensor de la vida” en un debate sobre la eutanasia –se discutía si a una mujer se le debían desconectar los artefactos que la habían mantenido durante 15 años en estado de vida vegetativa–. Para Magris, la posición de Bush no podía ser más hipócrita, dado que este se había declarado partidario de la aplicación de la pena de muerte a menores de edad, pero su argumento se habrá reforzado con la cuenta de los millones de vidas que Bush hizo acortar mediante su ligereza militar. De manera muy similar a Umberto Eco, Magris comenta la insoluble disyuntiva ética que se plantea entre el derecho a bien morir – eu zanatos –, que debería ser una decisión personal, y la casi siempre inevitable intervención de terceros en la puesta en práctica de ese derecho. Ambos señalan el peligro de que, en nombre de la piedad y la dignidad humanas, se acabe justificando una tenebrosa higiene social.

Una cuestión que probablemente quedará para siempre sin solución es de carácter más bien práctico. Cualquier discusión sobre la eutanasia deberá partir de la idea, aceptable, inaceptable, repugnante, generosa o como se quiera tomar, de que, por debajo de cierta calidad, la vida humana no es digna de ser vivida. Para llevar esa idea hasta sus últimas consecuencias se requiere una definición que deberá ser adoptada por personas que no necesariamente esperan ser beneficiadas, o perjudicadas, por la aplicación de la eutanasia. ¿Se merecen el beneficio sistemático de la eutanasia los seres humanos que, por ejemplo, en caso de hambruna no pueden alcanzar esa calidad mínima de vida? Por supuesto, son distinguibles las situaciones clínicas concretas en las que, por razones obvias, los profesionales de la medicina han de verse obligados a adoptar esa definición, pero siempre quedará en el aire la pregunta: ¿a quién le corresponde la decisión final cuando el paciente no puede expresarse?