Estragos del hueco

Costa Rica no está sola en su pérdida o en su hueco. Como cada día se pone de manifiesto, es una víctima más de otra suerte de pandemia

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Un hueco es solo un hueco, pero en el siglo XXI costarricense se convierte en una suerte de obra de arte figurativo o realista, diría la ya fallecida filósofa y escritora estadounidense Susan Sontag, autora del ensayo Contra la interpretación (1966), dado que hoy un hueco vale más que mil palabras.

Aunque la vida política registre mutaciones, el hueco en Costa Rica mantiene su contundencia: es transitado por los diputados que cultivaban sus liderazgos locales con partidas específicas y por aquellos que poco o nada podrán hacer por sus pueblos; por los conservadores, los liberales y los socialistas utópicos; y, desde que se permitió la importación de autos usados, por la mayoría de la gente común.

Verdadera señora de Purral

Como me explicó una señora de Purral, a la que llamaré Teresa —esta sí es de verdad, aunque no es su nombre real—, a quien entrevisté en el 2011 para una investigación académica ya publicada, el hueco es la “comunidad fallida”.

Teresa consideraba que el costarricense fue abandonado por la utopía, dejado a su suerte por el tan mentado Estado social que, en algún pasado mítico, lo proveyó al menos de una identidad colectiva y sentido de propósito.

Con ella coincidieron otros vecinos y vecinas de Purral: las utopías prometidas por los padres de la patria, los de la Iglesia y los abandónicos padres de familia se quebraron.

Mientras Teresa filosofaba sobre el país, pasaban por el hueco los autos de los expresidentes detenidos por corrupción, los de los curas denunciados por pedofilia, las madres vendedoras de drogas al menudeo —en conjunto con sus hijos o para alimentar a sus hijos— y los de los pastores de las iglesias cristianas, que rodaban alegres por encima de los llamados católicos a los fieles para que se contentaran con la economía de la pobreza, mientras la Conferencia Episcopal de entonces era sancionada por la Sugef por actuar como si fuera un banco.

“¡Bendiciones! ¿Quiere ser millonario? No tiene nada de malo ser millonario, ¡es una señal de la gracia de Dios!”, cantaban los calvinistas pastores, exhibiendo sus anillos de oro y sus iglesias monumentales. Por eso, también, desde entonces, todo el mundo anda más oleado y sacramentado de bendiciones que un santo, porque, gracias a la avanzada cristiana, la palabrita se convirtió en una representación social, como diría el psicólogo Serge Moscovici.

Los socollones del hueco los siente también la pequeña agricultura de granos básicos, las personas que la “pulsean” en la informalidad (un 44,8 % del mercado según el INEC), las pequeñas empresas, los pescadores, los trabajadores industriales —que creían ostentar el épico y viril título de “proletarios”, pero que ahora prácticamente han desaparecido—, así como todo costarricense que se sienta huérfano de identidad.

Pero ¿cuál identidad de todas? El XV informe del Estado de la Nación mostró que ya no sirven los viejos códigos para interpretar la realidad, pues dentro de un hogar conviven mezclas del tipo padre campesino, hijo hípster trabajador en una zona franca, hija que estudia Medicina y madre propietaria de un negocio informal sin seguro social.

Lo cual lleva, ahora que se aproximan las elecciones municipales, a explicar por qué la reparación del hueco no pasa por la utopía, sino por el delivery.

Un hueco vale más que mil palabras

Costa Rica no está sola en su pérdida o en su hueco. Como cada vez más se pone de manifiesto, es una víctima más de otra suerte de pandemia. En Chile, intentaron llenar el hueco con una insurrección que llevó a una asamblea constituyente que todavía anda bregando.

Aquí, menos del 20 % del electorado quiso pasar la página inventándose un líder a partir de un desconocido y espetando una bofetada a lo que consideran el statu quo responsable de la oquedad.

Quienes estudian el populismo, como la politóloga mexicana Guadalupe Salmorán Villar (Pupulismo. Historia y geografía de un concepto, 2021), encuentran que una característica propia del líder populista es que ofrece soluciones instantáneas y sostiene un vínculo inmediato con el “pueblo”, de modo que elude toda mediación, sea la de los partidos políticos, los medios de comunicación profesionales u otros.

Así, se juntan el bocón —o la bocona— y el hartazgo: los hartos, lo están tanto que deciden creer solo en sus propias verdades o posverdades; por eso, no solo pasan la factura a las utopías políticas, sino también a la ciencia, a la prensa formal y a quien diga lo contrario. Yofrecen resolver los problemas como lo hace un servicio de comida rápida: con delivery (entrega) inmediata.

Por eso ahora, sobre el hueco pasan raudas las llantas de los funcionarios del MEIC, que corren —sin éxito— para cumplir la promesa de bajar el costo de vida mediante decretos, solo que se estrellan contra la terquedad del arroz, de los combustibles, de los insumos agrícolas e industriales, de los medicamentos y de la inflación, que en varias dimensiones no dependen del populista, sino de factores internacionales. No mencionaré otros obstáculos mucho más complejos de erradicar instantáneamente, que atentan contra las promesas del bocón.

Y en ese momento estamos. El reto de nuestro tiempo se llama delivery, y el populista está presionado a entregar los resultados próximos y tangibles prometidos porque el tiempo transcurre en su contra, lo cual potencia las tentaciones autoritarias del Ejecutivo al estilo de El Salvador: si, apoyado por el ejército, Bukele aumenta la percepción de seguridad frente a la violencia de las maras, los hartos están dispuestos a dejar que “su presi” juegue con las reglas democráticas.

Para que en Costa Rica no ocurra algo parecido —un autoritarismo sin ejército—, la entrega de resultados concretos depende de la proactividad, el liderazgo y la responsabilidad de todos sus poderes, de los partidos políticos y, en especial, de las instituciones y su funcionariado, pues son directamente financiados por la población pobre, media y rica mediante impuestos.

Se trata de buscar un consenso amplio para hacer cambios que, además de resolver eficazmente los problemas de las personas, lo hagan prontamente.

En Costa Rica, sabemos por larga experiencia lo que es un hueco y, en honor a Sontag, no hay nada que interpretar acerca de los estragos que causa. Pero lo que no sabemos es cuánto más de nuestras libertades y derechos se puede “tragar”, si lo dejamos.

maria.florezestrada@gmail.com

La autora es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs