Estética del desperdicio

El césped, verde y bien cortado, es un ideal estético, pero carece de toda función

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La característica predominante del paisaje suburbano en buena parte del mundo son las grandes y monótonas extensiones de pasto. El césped, verde y bien cortado, es un ideal estético, pero carece de toda función. En muchos casos, ni siquiera sirve para caminar sobre él, y yace defendido por letreros de advertencia para que nadie ose pisarlo. Tampoco ofrece refugio a la biodiversidad. Las nuevas extinciones masivas advertidas por los científicos, especialmente de insectos vitales para el equilibrio ecológico, encuentran en el pasto doméstico una de sus causas.

En los Estados Unidos, informó en agosto The New York Times, ninguna cosecha, ni siquiera el maíz, rivaliza con la extensión del terreno dedicado al zacate. Sobre él se vierten millones de litros de agua, cuya escasez se hace sentir igual en la Nueva Aquitania, las márgenes del Jordán o la cuenca del Misisipi.

Cuanto más seca la región, mayor el desperdicio. En Nevada, donde el caudal del río Colorado no logra abastecer el lago Mead, reserva de una enorme extensión del oeste norteamericano, los legisladores impusieron la remoción del pasto a lo largo de calles, áreas comerciales y desarrollos residenciales de Las Vegas y sus alrededores.

Pero el derroche de agua no es el único cargo imputado al césped. Para mantenerlo saludable, los propietarios utilizan toneladas de fertilizantes e insecticidas. El nitrógeno de los primeros es fuente de gases de efecto invernadero y viaja, junto con la toxicidad de los segundos, hasta los ríos y otros cuerpos de agua.

El césped eliminado en Nevada se ha venido sustituyendo por especies nativas aptas para recuperar la biodiversidad. El jardín natural contribuye al desarrollo de procesos interrumpidos por el desarrollo urbano mal orientado, como la polinización, pero se estrella contra la estética impuesta por la costumbre y, en muchos casos, por la ley.

El propio The New York Times informa de una pareja de Maryland obligada a invertir $60.000 en la defensa de su jardín natural. La junta de vecinos, alarmada por la posible pérdida de valor de las propiedades circundantes por la fractura de la estética establecida, exigió la remoción del jardín. El caso tuvo un final feliz cuando los legisladores estatales intervinieron para limitar la autoridad de las juntas. No obstante, el incidente invita a preguntar, en todo el mundo, si debe sobrevivir un sentido estético basado en la inutilidad y el desperdicio.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.