Epifanía

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Como si hubiera presentido la derrota, el Directorio legislativo, presidido por el diputado Henry Mora, anunció la decisión de anular sus ilícitas restricciones a la libertad de prensa e información apenas 48 horas antes de la resolución de la Sala Constitucional que condenó el atropello.

La coincidencia es maravillosa. Nada permitía adivinar el restablecimiento del respeto a las libertades fundamentales por el Directorio que las lesionó y luego se empeñó en defender la arbitrariedad durante largo tiempo, sin la menor muestra de remordimiento ni propósito de enmienda.

De pronto, sin decir agua va y sin que hubiera motivo aparente, el Directorio anunció la eliminación de la medida, consistente en imponer filtros a la información sobre el manejo administrativo de la Asamblea Legislativa, tan conflictivo en los últimos meses dadas las acusaciones de persecución, nombramientos irregulares y el mal uso de vehículos, para mencionar un manojo de temas.

Nada, ni los oportunos y airados discursos de diputados opositores a favor de las libertades públicas, ni las fuertes críticas plasmadas en columnas y editoriales, consiguió sembrar siquiera una duda en los miembros del Directorio, que cerraron filas para defender sus actuaciones con argumentos de muy poca consideración.

Por eso, la sorpresa fue mayúscula el miércoles, cuando anunciaron la retirada sin motivo aparente. Fue un momento de inspiración inexplicable, como si un ángel les hubiera avisado lo que estaba a punto de ocurrir en la Sala Constitucional. Rectificaron motu proprio, no por orden de los magistrados.

Eso no los salva de la reprimenda, ni del justo reproche social y político, pero les da un alegato, tan débil y extraño como las razones invocadas para atropellar el derecho de la ciudadanía, pero alegato al fin.

El carácter providencial de la decisión la salva de constituirse en una burla de la justicia constitucional, avocada a exigir la restitución de derechos que, a la hora de la sentencia, habían dejado de sufrir lesión.

La epifanía del Directorio, inesperada como por naturaleza son esos fenómenos, exige de todas formas una explicación. ¿Cómo se dieron cuenta los diputados de la ilicitud de la medida defendida con tanto ahínco hasta las completas, hora canónica después de las vísperas y el ángelus, cuando la jornada llega a su fin y hasta el misticismo descansa?

Nadie diga que los milagros no ocurren en la política.