Entre líneas: Marchamitos

Nada causó tanto debate como la exclusión de la cerveza del proyecto de trazabilidad, y la razón es obvia

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Hay buenas razones para dudar de la ley sobre trazabilidad de los licores, pero nada causó tanto debate como la exclusión de la cerveza. No faltó un diputado que la atribuyera a presiones de la industria, cuando la lógica dicta motivos valederos.

Solo habría cuatro razones para incluir la cerveza. La primera, inicialmente invocada, es evitar el contrabando, pero cae por su propio peso. Por definición, la cerveza nacional no puede ser contrabandeada. Río Segundo de Alajuela no paga aranceles cuando envía sus productos a San José.

Cuando ese primer motivo se desinfló, los proponentes del proyecto comenzaron a insinuar evasión de impuestos locales por la industria cervecera. Nunca lo plantearon abiertamente ni el combate contra la evasión figura entre los motivos oficiales del proyecto. La gran productora de cerveza nacional es bien conocida. Figura entre los grandes contribuyentes, objeto de fiscalización especial. Sus materias primas y productos están sometidos a la cadena de control del impuesto sobre el valor agregado y ninguna autoridad tributaria expresó dudas sobre el cumplimiento. Además, siempre tienen la posibilidad de auditar sus operaciones.

Es imposible justificar el etiquetado a partir de una sospecha infundada, pero si la admitiéramos en el caso de la cerveza, ¿por qué no en el de las bebidas gaseosas? La lista se haría interminable porque incluiría la leche, los jugos y el agua, para comenzar. Tampoco hay motivo para restringir las sospechas a los líquidos o los alimentos. Si la posibilidad de fraude justifica los marchamitos, urge etiquetarlo todo, en especial los productos de empresas excluidas de la lista de grandes contribuyentes, porque su fiscalización es menos estricta.

Por si dos sinrazones no bastan, se esgrime una más: la trazabilidad de los licores es necesaria para preservar la salud pública, evitando la adulteración. Pero es muy difícil abrir una lata o botella de cerveza para rellenarla y volver a cerrarla. Además, no tiene sentido económico cambiar el contenido o sustituirlo por otro. Por eso nadie se ha intoxicado con cerveza adulterada y, para efectos de trazabilidad, la cervecería ya tiene un sistema, como también las farmacéuticas desde que un loco decidió envenenar envases de analgésicos en Estados Unidos.

Queda un motivo posible: la cerveza, por el gran volumen de envases, garantiza la rentabilidad del negocio de etiquetado. Son millones de unidades al año y esa explicación sí tiene sentido.

agonzalez@nacion.com