Entre líneas: La sonrisa de Sarita

Una montaña de aserrín, escrita por Yanina, nacida del matrimonio de Sarita con el recordado autor Samuel Rovinski, exhibe las vergüenzas de la condición humana y las virtudes que nos redimen.

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Sarita Giberstein sonríe al lector desde la portada de su biografía. La pose, maravillosamente infantil, fue retratada hace unas ocho décadas. Pasado ese tiempo, Sarita sigue sonriendo y quien conoce su historia se pregunta cómo. Luego, agradece el ejemplo. La sonrisa de esta hermosa mujer, nacida en la Clínica Bíblica en 1934, es un triunfo de los valores del espíritu sobre la más abyecta barbarie.

Hija de una pareja de judíos polacos, Sarita viajó a Varsovia en 1937. Sus padres tenían la intención de establecerse en el país de origen porque Costa Rica no les abrió las oportunidades esperadas cuando cruzaron el Atlántico. Dos años después, en setiembre de 1939, Adolfo Hitler invadió Polonia.

Sarita, sus padres y hermana fueron a dar junto a otros familiares al gueto de Varsovia, un verdadero campo de concentración urbano donde los nazis desataron su odio contra los judíos, todos los judíos, incluidos los de seis años. Cuando Sarita cumplió siete, un oficial alemán conmovido por el martirio de los perseguidos ayudó a sacarla del gueto, en un carretón, junto a su hermana y prima, todas cubiertas de paja.

Conmueve escuchar de Sarita el relato de las recomendaciones formuladas por sus padres. Ella era la mayor y debía cuidar a las otras dos diminutas fugitivas. Comenzó entonces una historia de delaciones, persecución y temor. Fueron albergadas en casas de polacos católicos, con otros nombres y siempre conscientes de la necesidad de pasar inadvertidas.

Bajo los tablones de un entrepiso, con los brazos estirados sobre la cabeza para acomodarse mejor, Sarita y su hermanita escucharon las botas de los nazis, advertidos de la presencia de las niñas por algún repugnante colaboracionista. Oyeron a los alemanes amenazar a sus anfitriones polacos, incluido el niño de la familia. Nadie dijo nada, pero al día siguiente las trasladaron a otra casa.

Es difícil imaginar el temor de las niñas, su incertidumbre y desarraigo familiar. Por eso es difícil, también, adivinar la fuente de la sonrisa de Sarita 70 años después del retorno de su familia a Costa Rica. Pero ahí está, iluminándole el rostro y predicando la fortaleza del espíritu de una mujer excepcional.

Una montaña de aserrín, escrita por Yanina, nacida del matrimonio de Sarita con el recordado autor Samuel Rovinski, exhibe las vergüenzas de la condición humana y las virtudes que nos redimen. Son estas últimas las que explican la sonrisa vencedora de tantos sufrimientos.

agonzalez@nacion.com

El autor es director de La Nación.