Entre líneas: Charanga electoral

Si la charanga electoral de antaño hubiera cedido ante el empuje de la madurez, estaríamos discutiendo sobre el alarmante endeudamiento nacional, el histórico aumento del déficit fiscal y los inevitables efectos de esos fenómenos sobre el tipo de cambio, la inflación y la producción.

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La fiesta vino a menos. Ya no hay pitos ni banderas. La desaparición de los signos externos y la disolución de las identidades partidarias producen comicios sosegados. Esa seriedad, estrenada a inicios de siglo, se invoca como prueba de madurez. También se alude al abultado número de indecisos para dar por demostrada una actitud más estudiosa y reflexiva.

Sería reconfortante creerlo, pero hay mucho espacio para la duda. Un electorado maduro no aplaza la decisión hasta verse frente a la urna. Tampoco da alas a candidaturas monotemáticas y estridentes, ni permite el secuestro del debate electoral por uno o dos temas, no importa cuán importantes.

Si algún asunto cobra preponderancia, un electorado maduro exigiría la discusión, ajustada a los hechos y ayuna de simplificaciones. Esos votantes no tragan cuento. Tampoco caen en la ingenua incredulidad de moda en nuestro tiempo, cuando lo elegante es mostrarse escéptico, sin considerar las razones, sobre todo si las esgrime un político.

Mientras la tontería de no creer en nada pasa por inteligencia y sofisticación, los hechos se acomodan para probar estúpidas teorías de la conspiración. Un par de prejuicios bastan para subsumir la realidad entera y terminar siempre con idéntico producto: una invencible incredulidad, impermeable a los hechos y refractaria ante la lógica.

Si la charanga electoral de antaño hubiera cedido ante el empuje de la madurez, esperaríamos una discusión robusta sobre el alarmante endeudamiento nacional, el histórico aumento del déficit fiscal y los inevitables efectos de esos fenómenos sobre el tipo de cambio, la inflación y la producción.

La madurez permitiría un debate franco sobre los regímenes de pensiones, especialmente el de Invalidez, Vejez y Muerte. Hablaríamos sin tapujos sobre empleo público, pobreza, política energética, calidad de la educación y un sinnúmero de temas cuidadosamente evitados a lo largo de la campaña precisamente porque son medulares.

Un electorado maduro dejaría de comulgar con ruedas de carreta y sancionaría las falsedades, las incoherencias y la evasión. Pocos votantes se decidirían en el último minuto, porque la impulsividad, a la hora del sufragio, está reñida con la cultura cívica. La charanga continúa, aunque los signos externos estén tan pasados de moda como las discotecas y los partidos sufran raquíticas militancias. Basta con asomarse a las redes sociales para contemplar el paso de las coloridas comparsas.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.