Enfoque: País centralizado

Si los gobiernos ‘nacionales’ son, en realidad, elegidos por la capital y sus alrededores, es esperable que gobiernen para ese pequeño territorio.

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Tengo la impresión de que Costa Rica y Uruguay son, en cierto modo, ciudades-Estado. Los dos son países pequeños que tienen concentrada la mayor parte de su población y producción en las capitales y alrededores, lo cual representa menos del 5 % de sus territorios. En el 95 % restante, la densidad poblacional y la actividad económica son muy bajas.

Si tuviera que pensar en una imagen perruna que los describiera, los imaginaría como animales con un cuerpecito de chihuahua y una cabezota de gran danés, la raza de perro más grande del mundo. Es decir, un garabato.

En ausencia de cuentas subnacionales de producción, no me queda más que especular lo siguiente: entre los dos países, creo que la tendencia centralizadora es todavía más fuerte en Costa Rica. ¿Por qué? Uruguay sigue siendo un país muy agrícola, dependiente del ganado, del cultivo de soya y, más recientemente, de la celulosa, y estas actividades ocurren fuera de su capital.

En cambio, nuestro país ha evolucionado hacia una economía de servicios y la mayor parte de estos se encuentran localizados en el área metropolitana, con excepción de buena parte del turismo. El sector agropecuario es relativamente pequeño y su participación en la economía y el empleo viene cayendo hace rato.

El motivo de esta reflexión no es dar un premio al país más centralizado de la América continental, que a nadie importaría, por cierto. Creo que no se lo ganaría ninguno de ellos sino Panamá, cuya economía ístmica, en torno al canal y los puertos, domina y relega al resto del país, apenas un paisaje adherido a esa vibrante zona central.

La cuestión es otra: ¿Tiene consecuencias para el desarrollo de un país la centralización de su actividad económica y su población? ¿O es esa inocua?

La centralización introduce profundas distorsiones. Si los gobiernos “nacionales” son, en realidad, elegidos por la capital y sus alrededores, es esperable que gobiernen para ese pequeño territorio; si la suerte de la economía depende del dinamismo en la metrópoli, es ahí donde se abren las oportunidades de negocio y a la cual se destinan los recursos de la inversión pública.

La centralización, pues, vacía de oportunidades al resto de un país. Y como los espacios vacíos no existen, esas regiones se convierten en imán de la pobreza y la desesperanza, territorios cada vez más excluidos del desarrollo humano y de la gobernabilidad democrática.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo.