Endogamia legislativa

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La endogamia atrofia y no hace falta un exceso de licencia literaria para atribuirle la práctica a la Asamblea Legislativa. La Real Academia la define, en su tercera acepción, como el “cruzamiento entre individuos de una raza, comunidad o población aislada genéticamente”.

La endogamia empobrece el acervo genético y debilita a los descendientes, como lo adelantó Charles Darwin al echar los cimientos de la teoría de la represión endogámica, causante de rasgos recesivos y deterioros genéticos, especialmente cuando se prolonga por varias generaciones.

Siempre resultó peligroso trasladar las observaciones del científico británico a la política. El darwinismo social es la negación de los mejores atributos de la especie humana: un sálvese quien pueda, desalmado e indiferente, cuya única utilidad es servir de excusa para la explotación y el abuso.

No se corre el mismo riesgo al tomar prestado el concepto, a manera de metáfora, para explicar, cuando menos en parte, las deficiencias en la integración del Congreso. La mejor aspiración es conformarlo por ciudadanos con méritos propios, destacados en el quehacer de la academia, la empresa, la comunidad, la política y tantos otros ámbitos de la vida en sociedad.

Es casi imposible satisfacer esas aspiraciones a partir de la limitadísima genética política aportada por los parientes de los diputados, los asesores legislativos y los excongresistas reelectos sin importar los méritos o deméritos del paso previo por la curul. Pero, cada vez más, la mera pertenencia a esa “comunidad o población aislada genéticamente” impulsa a sus descendientes hasta el más alto cargo de representación popular.

Ningún partido se salva de la práctica, ni siquiera los más pequeños, representados por fracciones unipersonales o, para seguir con los símiles biológicos, unicelulares. Como mucho, esos partidos deberían aspirar a la reproducción por mitosis, pero logran la endogamia por virtud del ciclo electoral.

El Movimiento Libertario no es, entonces, la excepción, pero sí provee un ejemplo inigualable. La diputada Damaris Quintana considera que su esposo es el llamado, pero, al final, decidieron impulsar a su hija de 28 años. No aspiran al primer lugar por San José, porque eso implicaría enfrentar al líder histórico, Otto Guevara. Empero, la renuncia al sitio de privilegio no les impide ejercer su “derecho” familiar a disponer de la plaza elegible.

Por ese camino, el Tribunal Supremo de Elecciones haría bien en estudiar la posibilidad de financiar, con cargo a la deuda política, los gastos de crianza de los nietos. No debemos escatimar recursos si son para formar a los diputados del futuro.