Encuestas

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Según la más reciente encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica, hecha en la semana siguiente a los comicios del 2 de febrero, el 36% de los electores esperó hasta la última semana de la campaña para decidir su voto.

Muchos se definieron el propio día de las elecciones y solo el 46,4% de los votantes tomó partido temprano en el proceso electoral. Ninguna encuesta, ni siquiera las ejecutadas con muestras robustas de hasta el doble del número habitual de entrevistados, pudo haberse acercado al resultado final.

El grado de indecisión superó en mucho el margen de error de todos los sondeos y ninguno puede medir decisiones futuras.La ley impone una veda a la publicación de encuestas en los tres días previos a las votaciones. El miércoles es el último día para publicar. Es decir, los cuatro días finales de la campaña no pueden ser medidos. Tampoco los primeros de esa última semana, porque el trabajo de campo, el procesamiento de datos y la preparación de la publicación no son procesos instantáneos.

Cualquier encuesta publicada el miércoles antes de los comicios dejaba por fuera la decisión de más de una tercera parte de los electores. Solo la suerte podría lograr una similitud de los añejos datos de los sondeos con el definitivo resultado de las urnas, pero no se trata de eso.

Nada de lo dicho resta valor a las encuestas como medio de exploración de la opinión pública. El país cuenta con profesionales avezados, capaces de producir mediciones certeras, pero no son adivinos. Sus estudios retratan el momento, no pronostican el futuro.

El estudio postelectoral de la UCR no se limita a arrojar luz sobre las naturales limitaciones de las encuestas. Permite derivar, también, otras conclusiones relevantes. El sondeo confirma el profundo cambio del electorado costarricense, sobre el cual pesan cada vez menos la tradición y la fidelidad partidaria.

La caída del bipartidismo a partir del derrumbe de uno de sus dos polos introdujo una volatilidad extrema, todavía no comprendida en su totalidad. Ningún partido y ningún político deben caer en la trampa de considerar suyo el respaldo momentáneo obtenido en las urnas. Nadie debe atreverse a predecir el comportamiento futuro de quienes hoy votaron de determinada manera. Buena parte de quienes votaron “no” en el referendo sobre el TLC, respaldaron en la siguiente elección a los partidos identificados con el “sí”, y la inmensa mayoría de votantes de la oposición, el pasado 2 de febrero, prefiere a Luis Guillermo Solís en la segunda ronda, incluyendo a electores tan distantes, en apariencia, como los del Movimiento Libertario.