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El megaproyecto de la firma holandesa APM Terminals en Limón es una de las más grandes inversiones en Costa Rica. En cualquier país se le recibiría con entusiasmo, menos aquí. Aquí se le ha declarado la guerra y los dirigentes sindicales consideran que la derrota de esta empresa, y, por lo tanto, el subdesarrollo portuario de nuestro país, representa para ellos un triunfo.

El líder sindical Ronaldo Blair dijo ayer en este periódico: “APM Terminals no va, no va y no va. No van a empezar en setiembre, no van a empezar en octubre ni van a empezar en ningún otro mes. La exclusividad en el manejo de carga de contenedores otorgada a APM Terminals será el fin de Japdeva. Nosotros no vamos a permitir que eso pase”. El sindicato, según se informó el miércoles, ha organizado movimientos de protesta social y anuncia que no cesará en su lucha por dejar sin efecto la concesión.

Este no es un acto de protesta contra un proyecto esencial para el país, sino la pretensión de imponerse sobre el Estado y los intereses del pueblo de Costa Rica. Hemos estado acostumbrados a este tipo de lenguaje y de oposición, pero, esta vez, el sindicato de Japdeva se ha sobrepasado en grado sumo. La debilidad de los Gobiernos en años anteriores y la prepotencia de los sindicatos, aunados a la trascendencia de este proyecto para el país y para Limón, constituyen ahora factores y rivales de indudable importancia que, de alguna forma, deben ceder ante el interés nacional. No se trata, entonces, de un simple conflicto, sino de un enfrentamiento capital para el país entre el Estado de derecho y la institucionalidad, y el interés particular.

La empresa holandesa ha prometido 300 puestos de trabajo en la fase de operación del muelle y ya cuentan con 1.500 solicitudes, en una plataforma de 80 hectáreas de patio, todo con un costo cercano a los $1.000 millones, lo que representa una poderosa inyección de recursos y de tecnología para el país y para Limón. Lamentablemente, esta enorme inversión se ha demorado por el atraso en el estudio de impacto ambiental y, principalmente, por la oposición del sindicato. Los representantes de la empresa aducen, con toda razón, que se encuentran “con las manos atadas”.

No creo que en la historia económica de nuestro país hayamos presenciado una obcecación igual, que no es sino el propósito de causarle un daño enorme al pueblo costarricense, precisamente en una hora singular, llena de retos de toda índole, cuando las soluciones no provienen ya de la ayuda exterior, sino básicamente del esfuerzo propio y nacional. Los dirigentes sindicales deben cambiar de mentalidad y comprender lo que está ocurriendo en el mundo y en nuestro país.