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La Nación publicó ayer un editorial que, a primera vista, puede tildarse de increíble, pero que, bien juzgado y a la luz de las ocurrencias y disparates comunes en nuestro país, no debería sorprender a nadie.

¿Qué quiere decir esta introducción? Que, por lo visto, hemos perdido el don de la racionalidad y, si así no fuese, hemos renunciado al tesoro de la vergüenza o, mejor, de sentir vergüenza por nuestros actos indebidos, que nos desnudan ante los demás. Ahora bien, en este caso concreto no se trata de racionalidad. No puede ser que tantos y tantas nos hayamos enloquecido. Sin embargo, una vez leído el editorial de marras con atención, no queda más que concluir que hemos renegado, una vez más, del sentimiento de vergüenza.

El editorial se intitula “¡Nos negamos a mejorar!”, una frase (in)feliz que describe una triste realidad nacional, la de aquel país que, por cualquier motivo que sea, pero sí por indolencia, egoísmo o prepotencia, no quiere progresar y se niega a curarse. Pero vamos al grano. Resulta que el Gobierno chino nos regaló dos escáneres móviles para revisar contenedores de carga valorados en $6 millones, que entregó hace tres años, pero que no es sino hasta ahora, hace un mes, cuando comenzó a funcionar el primero, después de las reparaciones de rigor, que costaron $423.000. Esta expresión “de rigor” significa en este contexto a la tica que esta es nuestra costumbre: esperar que lo regalado se deteriore para gastar luego un montón de plata en su arreglo y así comenzar a usarlo.

Estos escáneres tenían un propósito: el control aduanero, que no se pudo realizar por conflicto de intereses, pereza o incapacidad de Japdeva y del Ministerio de Hacienda. Un funcionario dijo: “¿Cómo es posible que las autoridades aduanales necesiten el permiso de Japdeva para adoptar tecnología de punta útil para mejorar su labor, si lo que se requería, en esta oportunidad, era solo la escogencia del espacio y el vertido del lastre?”. Y, luego, una pregunta: “¿Hasta cuándo algunos sectores de la Administración Pública podrán hacer su voluntad sin respeto alguno a la jerarquía y la autoridad?”

El costo de estas obras era insignificante y la ventaja muy elevada para el país en un sector urgido de estos proyectos. ¿Por qué, entonces, este atraso y tres años perdidos? Una sola palabra lo explica todo: corrupción. Este atraso, como dice el editorial, les conviene a algunos o a muchos. La corrupción tiene muchas caras y muchos son expertos en nuestro país en su administración, hasta que llegue el día en que sean exhibidos y expulsados de la función pública y de la política con sus nombres y apellidos. ¿Cuándo?