En Guardia

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Es necesario replantear el motor del crecimiento económico para mejorar el empleo y los salarios. ¿Cuál es la propuesta del nuevo Gobierno? La verdad: no es clara ni comprensiva y, en algunos aspectos, parece contradictoria. Tal vez estas notas, extraídas de análisis internacionales, puedan contribuir en algo.

El diagnóstico del bajo crecimiento se puede resumir así: el motor de la apertura comercial inicial ya no será el principal factor de dinamismo. ¿Por qué? Porque las economías de los países desarrollados –EE. UU., Japón y la UE– han bajado sus tasas de crecimiento potencial y afectado la expansión de nuestros países. Debemos buscar otras fuentes de expansión.

La más promisoria es mejorar la productividad de los factores de producción. En términos simples, es producir más bienes y servicios (expansión de la oferta total) con los recursos existentes. Exige movilidad para facilitar la reconversión de actividades menos competitivas y protegidas a otras más eficientes para poder producir más (y pagar impuestos). Es la fórmula mágica del alquimista.

Hay dos vías para hacerlo: Estado y mercado. La primera involucra intervención oficial y muchos subsidios; la segunda, facilitar la competencia para que el mercado, desencadenado, asigne más eficientemente los recursos productivos. Con un déficit fiscal tan grande, resulta más barato descansar en el mercado. Y eso implica una reforma estructural profunda. ¿Hemos hecho esa reforma? A medias. Avanzamos en apertura comercial, TLC más o menos aceptables, y algunos esfuerzos de apertura en ciertos sectores como banca, seguros y telefonía. Pero hay todavía sectores muy protegidos que absorben cantidad de recursos y retardan, por ineficientes, el crecimiento del PIB.

Los sectores protegidos y sobrerregulados son: agricultura, incluyendo arroz y frijoles (el pan nuestro de cada día); pymes, incapaces de alcanzar la productividad y eficiencia de grandes empresas; laboral y profesional, en especial en el sector público; banca, que nunca logró reducir los márgenes de intermediación ni las tasas activas de interés, y estimulan entradas de capital en detrimento del tipo de cambio real; energía (el ICE pasó de impulsar a retardar el desarrollo); combustibles (gollería); y elevados aranceles por los largos plazos en los TLC. También adolecemos de insuficiente inversión pública, baja investigación y desarrollo, desequilibrio macroeconómico, educación no bien orientada a las necesidades del mercado, y no buen ambiente para hacer negocios. ¿Impulsará el nuevo Gobierno estas reformas? Es la gran incógnita. Si no, tendrá que identificar (y discutir públicamente) otro motor de crecimiento.