En Guardia

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El proyecto de ley para reformar los objetivos del Banco Central, aprobado (por unanimidad) en la Comisión de Asuntos Económicos de la Asamblea Legislativa, causó revuelo entre los economistas.

Sus proponentes alegan que el BCCR ha privilegiado la inflación en contra del crecimiento y del empleo, y que esa decisión debe revertirse. ¿Revertirse para qué? Obviamente, para anidar metas difusas de producción en detrimento de la inflación. Es lo que punza y duele. Olvidan que al BCCR se le confió la potestad exclusiva de crear dinero a condición de no desbordar la liquidez. Por eso, le asignaron estabilizar los precios.

¿Se imaginan un banquero central con el chorro suelto? Cuando estuve en el Banco Central, tuve el privilegio de tener a un eminente ginecólogo en la Junta Directiva, quien nos libró de padecer el contagioso síndrome de incontinencia inflacionaria. Nada de soltar el crédito con manguera de bomberos (sólo a chorritos), pensando siempre que el objetivo principal era preservar una baja inflación y contribuir así a generar confianza, estimular el ahorro e inversión y abatir el desempleo. En las actas están los resultados.

Hoy, algunos diputados pretenden revertir el orden. No contentos con que el BCCR haya logrado adelgazar el canal de liquidez, quieren verlo hacer aguas mayores, como si el dinero, por sí solo, hiciera milagros. Las decisiones de inversión y contratación pasan por muchos tamices, en su mayoría en manos de los empresarios, y casi todos ajenos a los instrumentos del Banco Central. ¿Entonces, para qué sirve la política monetaria? La respuesta es técnica, disculpen.

Exigir controlar la inflación y, a la vez, atizar el crecimiento y empleo, es una tarea descomunal, capaz de crear un conflicto de objetivos. No hay una relación inversa entre inflación y desempleo: a mayor aumento de precios, menor desempleo (y a la inversa), como alegaba la tradicional curva de Phillips. Hoy se sabe que al alcanzar el PIB su potencial real (que no depende del Banco Central, sino de otros factores, incluyendo dotación de recursos, tamaño y educación de la fuerza laboral, capacidad empresarial, y otros), crear más liquidez causaría inflación en vez de aumentar la producción. Pero cuando hay capacidad ociosa sí conviene hacerlo para expandir la demanda agregada y estimular el gasto e inversión. Eso es, precisamente, lo que quiso hacer el BCCR al bajar su tasa de interés de política monetaria. Y actuó con la ley actual. ¿Para qué, entonces, modificarla? La presión política y de ciertos sectores por inflar la economía en aras de un difuso crecimiento del PIB podría resultar fatal.