En Guardia: Marcos Ramírez

Jorge Guardia nos explica por qué no fue a ver la película “Buscando a Marcos Ramírez”. Tal vez a usted le pasó lo mismo. Veamos.

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Aunque nunca fui socialista, mis escritores favoritos han sido de izquierda. Carlos Luis Fallas y su genial Marcos Ramírez, figura entre ellos. “Es para nuestras gentes –escribió León Pacheco– lo que Tom Sawyer de Mark Twain es para el pueblo norteamericano: el arranque de su genio universal está en sus niños, espontáneos por niños y sabios por no saber nada”.

La volvía a leer cuando irrumpió en cartelera Buscando a Marcos Ramírez, del director Ignacio Sánchez, hijo del recordado amigo y colega Juan A. Sánchez Alonso, uno de mis mentores en La Nación. Planeaba verla, pero me disuadió un comentario de William Venegas, a quien respeto como crítico: “Error grueso es comparar el libro con la película”, y yo siempre he sido de letras, no de cine.

¿Qué hicieron de Marcos Ramírez, héroe de juventud, cuando hacer fechorías y salir bien librado pintaba el ingenio indígena del tico? ¿Supieron plasmar el problema social de la dictadura de los Tinoco que mi abuelo, Víctor Guardia, combatió febrilmente con su pluma y la reverberante época de los 40, rescatada por Carlos Alvarado en el último debate? William contesta: “El problema de Buscando a Marcos Ramírez es la congénita debilidad del cine de ficción del país para ir adentro de la problemática o contradicciones que plantea, o sea, es cine de brocha gorda”. Eso, en sí, era muy gordo. Hería el recuerdo de mi mentor, mas no quise polemizar. Como Marcos, di la pelea por perdida.

Después, salió de cartelera. Entonces, vi el tráiler y sentí espontáneo apego por Julián Guzmán y María González, mas no por la imagen de un Marcos Ramírez tan distinta a la dibujada por años en mi mente: chico rudo pueblerino, descalzo en su infancia, mal vestido y mal comido (como los pobres de verdad) y no un joven bien parecido, de clase, trés Escazú. Entonces, recabé opiniones ajenas. A todos les gustó: escenas emotivas, amores juveniles que siempre evocan recuerdos imborrables, valores rescatados de la obra original (reencuentro personal, amor filial, pulsearla) y la espléndida escenografía.

¿Por qué no la vi? Por pendejo. No tengo mejor explicación. Quedé como Marcos, el original, paseándome con ansias, al final, en el andén del tren a Limón. Calufa, cuya producción literaria fue muy corta (10 años), dijo una vez: “Se me quedó en el tintero el II tomo de Marcos Ramírez. ¿Exceso de trabajo partidista? No, vergonzosamente desidia mía”. Lo mío es similar. Si la vuelven a dar, ahí estaré. Palabra de scout.

jorge.guardiaquiros@yahoo.com