El silencio

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La polémica sobre el musical basado en Cocorí, obra de don Joaquín Gutiérrez Mangel, nos pone frente al espejo. La imagen reflejada no complace del todo. El bello rostro de Costa Rica muestra inaceptables imperfecciones. Una corriente de solapado racismo corre bajo las pretensiones nacionales de igualitarismo y respeto a la diversidad.

Si las diputadas Maureen Clarke y Epsy Campbell hicieran caso al imbécil que les escribió, en el marco de la polémica, para exigirles el exilio en África, aquel continente ganaría en belleza y talento. Por fortuna, no hay razón para temer la pérdida. Son dos costarricenses distinguidas, bien arraigadas en su tierra, elegidas a la representación popular por sus méritos y capaces de plantarse ante el abuso. Quien está sobrando es su anónimo corresponsal.

Quizá sea ese racismo persistente y enquistado en nuestra sociedad el principal obstáculo para conversar de Cocorí en su contexto y entenderlo como una obra hermosa, de indiscutible mérito literario, cuyo texto refleja limitaciones propias de su época y, en algunos pasajes, da pie a interpretaciones ajenas a los propósitos del autor.

Desterrar a Cocorí de la lista de lecturas sugeridas a los alumnos de primaria y retirarle el apoyo a la presentación de la Orquesta Sinfónica Nacional es desaprovechar la oportunidad para entablar con los estudiantes un diálogo significativo sobre la identidad nacional, el valor de la diversidad y el sinsentido del prejuicio.

La urgencia de ese diálogo se hace patente en la carta recibida por las legisladoras. El racismo larvado, presto a manifestarse a la primera oportunidad, es producto del silencio impuesto con el fin de preservar las apariencias. Una función esencial de la literatura es romperlo para dar paso a la reflexión y al debate, dos elementos esenciales, también, del proceso educativo.

Con ayuda de Cocorí y de maestros capaces de guiar una lectura crítica, podríamos confiar en la formación de nuevas generaciones armadas del bagaje intelectual necesario para forjar una sociedad menos hipócrita, capaz de aquilatar el valor de la diversidad.

La misión de las autoridades educativas es desterrar a la hipocresía y al prejuicio, no a Cocorí. Es una tarea más compleja, pero más útil que impedir la celebración de un concierto o eliminar un libro de la lista de lecturas sugeridas.

El silencio de Cocorí no resuelve el problema. Por el contrario, cartas como las recibidas por las legisladoras se escriben con el silencio por cómplice.

(*) El autor es director de La Naciónagonzalez@nacion.com