El engaño

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Los sacrificios del pueblo venezolano deben servir, en primer lugar, para dar la libertad a la patria de Bolívar, pero sería irresponsable desaprovechar las enseñanzas en otras regiones del continente, incluida la nuestra. En Costa Rica, tan ajena a los sufrimientos de Venezuela, conviene abrir los ojos para escrutar las posiciones de los partidos políticos locales frente a los sucesos de la nación sudamericana. Solo así lograremos separar el grano de la paja.

En nuestro país, todas las agrupaciones políticas se declaran defensoras de la democracia y la libertad, pero esas palabras significan cosas distintas según quien las pronuncia. Hay, en Costa Rica, un consenso muy generalizado sobre las definiciones. En el pensamiento nacional, la democracia se parece mucho a la “democracia burguesa”, para utilizar el término despectivo de la izquierda radical.

La verdadera democracia, para esos mismos sectores “revolucionarios”, se parece mucho al régimen cubano y aun al de Venezuela. Para la gran mayoría de costarricenses, eso no es democracia, pero los defensores del autoritarismo de izquierda no se atreven a retar los conceptos imperantes. Explican su predominancia como producto de la propaganda y la creación de una falsa conciencia por los grupos dominantes. Sin embargo, hace rato abandonaron toda pretensión de “educar” a las mayorías. Más bien pretenden hacerles creer que, cuando dicen libertad y democracia, hablan de lo mismo.

En estos días, ante la sanguinaria represión desatada contra el pueblo de Venezuela, diversos sectores se han venido manifestado. El gobierno lo hizo con acierto, así como algunos miembros de su partido. La mayor parte de la oposición hizo lo propio, pero no toda y no todo el partido oficialista.

Cuando la sangre corre en Caracas, no está de más centrar la atención sobre las tibiezas de San José. El disfraz de quienes temen confesarse chavistas es la no injerencia, la neutralidad y la libre autodeterminación de los pueblos. Esa, proclaman, es la ruta de la paz y la tradición democrática.

En su opinión, la ciudadanía está engañada. Por eso, paradójicamente, no le dicen la verdad. Arriesgarían el resultado electoral y sus aspiraciones de poder. Es mejor caminar la cuerda floja y seguir fingiendo. La abierta defensa de los desmanes del régimen de Nicolás Maduro no es posible sin grave daño para quien la emprenda. La salida es defender “principios” cuyo valor y significado cambian según se trate de un golpe de Estado en Honduras o de uno en Venezuela.

Armando González es director de La Nación.