El crítico

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Andrés Sáenz Lara fue el más connotado y constante crítico de las artes escénicas en las últimas décadas, pero esa descripción no basta para dejar asentada su contribución al periodismo. En la hora de su fallecimiento, es preciso describir las circunstancias de su labor para mejor aquilatar la pérdida.

Andrés hizo historia en el periodismo. Abrió camino y se aventuró a la crítica en una sociedad pequeña, todavía pueblerina. La profesión lo obligó a desenvolverse en círculos aún más cerrados, donde era inevitable y frecuente el encuentro entre el crítico y el criticado. Hacía falta valor.

Esa virtud se predica con mayor frecuencia de los periodistas especializados en otros campos, pero no se puede ser crítico, como lo fue Andrés, sin ser también valiente. En la Universidad de Costa Rica, donde a lo largo de muchos años dictó cátedra, a menudo fue perseguido. Estuve a su lado en alguno de esos episodios y puedo dar fe de su entereza. Hacía falta compromiso con la libertad de expresión.

Andrés pudo sucumbir a la tentación de ceder. Hacer la vista gorda y dejar pasar errores llevados a escena, le habrían ahorrado inconvenientes, pero nadie le puso tapabocas y defendió con ahínco el derecho a hacer la crítica necesaria, útil para el avance de la cultura. Hacía falta amor al arte.

El crítico fue constante. Con buena pluma y mejor sentido del humor, Andrés no les falló a sus lectores. Reunió sus trabajos en libros. Alcanzan para llenar volúmenes. Fue un periodista cuidadoso y labró cada crítica con esmero. En esta profesión nadie se salva del error, pero en el trabajo de Andrés es difícil encontrarlos. Hacía falta disciplina.

Sus críticas no se andaban por las ramas. En alguna oportunidad, o en muchas, puede ser calificada de severa. Feroces críticas recibió de vuelta. Polemizó con elegancia e ingenio. Lo disfrutaba y no era fácil ponérsele enfrente, porque, a pesar de sus méritos, nunca se tomó a sí mismo demasiado en serio. Hacía falta sentido del humor.

Andrés fue, ante todo, un estupendo ser humano y allí yace la clave de su buena obra. A cabalidad cumplió la exigencia de Ryszard Kapuscinski cuando dijo que para ser buen periodista hay que ser buena persona. El crítico está en constante peligro de caer en la mezquindad, de obsesionarse con la perfección inalcanzable u olvidar las limitaciones propias del medio y el magnífico esfuerzo necesario para superarlas. Hacía falta generosidad.

Tuvo valor, disciplina, generosidad, humor, amor al arte y compromiso con la libre expresión. Hace muchos años, cuando comenzó a escribir páginas de avanzada en el periodismo nacional, abriendo camino en un género poco practicado, hacía falta Andrés.